20/08/2025
Agradecida del programa Cuarto Poder, de Wapa TV por la invitación al espacio y la oportunidad de dialogar sobre este tema tan urgente para nuestro país. Comparto aquí un poco más de la disertación que, por lo reducido del tiempo televisivo, no logré elaborar en su totalidad:
En días recientes, Puerto Rico ha quedado estremecido por la noticia del caso de Aibonito, donde un grupo de adolescentes se vio involucrado en la agresión con armas blancas que lamentablemente resultó en la muerte de una joven. Este hecho nos confronta como sociedad y nos invita a una reflexión profunda.
Desde la psicología forense y una perspectiva ecosistémica, es fundamental recordar que cada persona tiene derecho a la presunción de inocencia y a un debido proceso legal que respete su dignidad y derechos humanos. No se trata de justificar conductas violentas, sino de garantizar que las respuestas sociales y judiciales no repliquen más violencia.
La delincuencia juvenil no es un fenómeno aislado. Es el resultado de la interacción de múltiples factores:
Familia: Padres y madres que, en muchos casos, enfrentan grandes retos porque ellos mismos no recibieron modelos adecuados de manejo emocional y autocontrol.
Escuela: Instituciones que, además de educar, son espacios para formar ciudadanía, pero que muchas veces carecen de recursos para trabajar con la salud mental y la prevención de violencia.
Comunidad: Entornos marcados por desigualdad, falta de oportunidades, violencia estructural y escasos espacios seguros de desarrollo.
Política pública: El Estado tiene la responsabilidad de crear y sostener programas preventivos, accesibles y sostenibles que acompañen a las familias y que inviertan en prevención, no únicamente en castigo.
La neurociencia nos recuerda que el cerebro adolescente aún está en desarrollo. La corteza prefrontal, encargada del autocontrol y la toma de decisiones, madura más tarde que las áreas vinculadas a la emoción y la impulsividad. Esto significa que el autocontrol no es instintivo en la adolescencia, sino aprendido, y requiere de adultos capaces de modelar la regulación emocional.
Cuando un joven crece en un ambiente donde no se le enseñan herramientas para manejar la frustración, donde impera la violencia como forma de resolver conflictos y donde siente que no tiene futuro, la probabilidad de recurrir a la violencia aumenta. A esto se añade lo que David Elkind denominó la “fábula personal”: la creencia del adolescente de que es invulnerable, único e inmune a las consecuencias, lo cual puede potenciar conductas de alto riesgo.
Hoy, más que nunca, necesitamos una conversación colectiva y responsable sobre cómo acompañar a nuestra juventud. Esto implica fortalecer a las familias en sus destrezas de crianza, ofrecer apoyo real a las escuelas, invertir en programas comunitarios y exigir que las políticas públicas prioricen la prevención y el acceso a salud mental.
No podemos reducir este caso, ni la violencia juvenil en general, a titulares o culpabilizaciones simplistas. La mirada debe ser amplia, respetuosa y comprometida con la construcción de alternativas. La justicia debe hacerse desde el respeto, y la prevención debe convertirse en nuestro mayor proyecto de país.
Firmo estas palabras con dolor, pero también con la convicción de que nuestros adolescentes no son el problema: son el reflejo del problema social que hemos creado y que nos corresponde transformar.
Yaritza D. Pérez Rivera, Ph.D