08/25/2025
¿Acaso es una profecia?
Caminábamos, con las manos entrelazadas, en un día que hasta entonces había sido un eco de risas y susurros de amor. Los besos y las caricias, un refugio de la realidad. De pronto, un silencio abrupto lo cortó todo. Una niña, de apenas dos años, tropezó contra el duro asfalto.
El golpe de su cabeza contra el suelo fue seco, un sonido que partió la atmósfera. Por unos minutos, que parecieron una eternidad, su pequeño cuerpo yació inmóvil, sin aliento.
Al despertar, el terror se manifestó. Sus ojos, antes inocentes, se abrieron con una dilatación antinatural, como dos abismos sin fondo. La voz que brotó de su boca no era la de una niña, sino una grave y profunda, que helaba la sangre. Sus palabras eran cuchillas que rasgaban la realidad, un eco de muerte.
"Aquella criatura de ojos hundidos y una boca que esconde un nido de gusanos se arrastra hacia ti con una risa falsa, una máscara para engañarte y hacerte creer que está de tu lado."
Nos quedamos paralizados, la sangre se nos había helado en las venas. La niña continuó, su voz una sentencia.
"El mu**to, el de la carne putrefacta, ha comenzado a despertar. Y está aquí, justo entre nosotros, riéndose de su patética inocencia. Porque ustedes, los humanos, solo se creen inocentes cuando les conviene. La sangre salpicará los rostros de millones; aquellos que ahora mismo tienen un corazón más pútrido que la misma muerte."
Su mirada se clavó en la nuestra, una amenaza directa.
"Huyan. Corran por su vida. Busquen su salvación. Los últimos minutos han llegado para abrir la puerta del Gran Rey. Escapa. A ti te hablo, que aún duermes entre los mu**tos. Tus ojos serán los testigos de la mortandad y las catástrofes que están a punto de desencadenarse."
Tras esas palabras, la voz se quebró. Una risa infantil, pura e inocente, escapó de sus labios. La niña, la misma que minutos antes nos había aterrorizado, volvió a ser una criatura vulnerable. Intentamos hacerla repetir aquellas palabras, pero su lengua se enredó, y su mirada, ya sin esa oscuridad, nos observó con la simpleza de una niña de dos años.
Joel Colobon