10/25/2025
“Las artimañas del señor Lars Bowman”
La bruma de un noviembre en Astoria, Nueva York, siempre es fría, pero aquel 4 de noviembre de 2025, el verdadero escalofrío no vino del clima.
Mi compañero David, Richi y yo trabajábamos bajo el sol pálido en la propiedad de la 22-39 21st St, terminando la instalación de cerámica. Nos habíamos ganado el sudor; solo esperábamos el pago.
En cambio, se nos presentó el dueño, el Sr. Lars Bowman, un hombre que se movía con la autoridad del que cree que el dinero le ha comprado el derecho a la crueldad.
Su llegada no fue silenciosa, sino un estruendo de soberbia. Bowman no venía a inspeccionar la obra, venía a inspeccionarnos a nosotros.
"¡Estúpidos de m***a hispanos que estropean nuestra lengua, perros esclavos que no saben inglés! ¡Odio su miserable lengua de m***a! Ojalá y se pudran, m***tos esclavos.”
La palabra "esclavo" cayó como un latigazo. Una y otra vez. Bowman se deleitaba en la repetición, saboreando el poder de reducirnos a una mercancía desechable.
No importó que Richi entendiera cada palabra en su perfecto inglés; la arrogancia de Bowman era sorda ante la realidad.
Tuvimos que sacar nuestro teléfono, como si el idioma no fuera la barrera, sino la absoluta falta de humanidad en sus palabras.
Pero el pico de su veneno aún no había llegado. Con una sonrisa de depredador, nos miró a los ojos, deteniendo la respiración en el aire congelado.
"A estos perros les llamaré a migración para que sean deportados, ¡malditos infelices!" El silencio que siguió no fue de paz, sino de pánico total.
En ese instante, Bowman nos despojó de nuestro esfuerzo y nos envolvió en un terror ancestral. David y yo quedamos exhaustos, no por el trabajo físico, sino por el trauma inyectado en nuestras venas.
Al día siguiente, la idea de volver era un tormento. Solo la súplica de Joseph Ramos, nuestro jefe inmediato, quien se sentía atado por su propia obligación contractual, nos hizo regresar. Pero Bowman había afilado su hacha.
Ahora atacaba a Joseph. "¡Viejo inepto apestoso y desagradable! ¡M***te, viejo estúpido que no sirves para nada! Si no terminas, no te pagaré." Joseph, el hombre humilde que nos había pedido que regresáramos, simplemente agachó la cabeza.
A pesar de todo, entramos a terminar. Al caer la tarde, Bowman inspeccionó la pared. Midió cada esquina de la cerámica, palmeó el trabajo... y asintió. Estaba listo. Pensamos que, por fin, la pesadilla había terminado.
Fue un error de ingenuidad fatal.
El verdadero juego perverso de Lars Bowman se reveló a la mañana siguiente. Había cubierto toda la pared de cerámica con papelitos de color azul. No había notas de corrección, solo un desprecio pasivo-agresivo.
Era una marca de rechazo caprichoso, un abuso de poder silencioso que se repitió durante una semana y media. Trabajábamos, él aprobaba; trabajábamos, él marcaba de azul. Era un ciclo de Sisifo diseñado para quebrarnos.
Y, por supuesto, no pagó.
Su despedida fue un eco ensordecedor de su arrogancia inicial, dicha con la impunidad del que sabe que tiene la ley de su lado:
"No les pagaré, estúpidos inmigrantes de m***a, malditos esclavos. Si pasan por aquí, les llamaré a migración."
Desde aquel día, cada sirena, cada sombra, me devuelve a esa pared azul, a esos insultos, y al terror de la deportación.
Bowman nos robó el dinero, sí, pero lo que realmente nos quitó fue la paz. Y ese es el trauma con el que he vivido desde entonces.
Autor: Alexander Guerrero
escritor: Joel Colobon
Dirigido por: Joel colobon
Colrothiago@gmail.com