EliE Reiki Master / Life Coach

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Terapias Holisticas; Maestrias en Reiki Tibetano, Angelico, Shamballa, Celta, Serafin, Kundalini, aromatouch, lecturas de cartas, I Ching y de runas presenciales y en linea.

09/09/2025

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Valioso relato de un padre acerca del bache cultural que estamos viviendo. Seamos nosotros el punto medio entre esas gea...
09/06/2025

Valioso relato de un padre acerca del bache cultural que estamos viviendo.
Seamos nosotros el punto medio entre esas geandes diferencias.

-Después de que nacimos nosotras –quiere saber mi hija desde el asiento de atrás– vos ya no tuviste más s**o, ¿no?

Tengo que aminorar la velocidad, voy concentrado, la pregunta me toma por sorpresa.

La lluvia comienza a salpicarnos el parabrisas apenas pasamos el peaje. Son las primeras gotas del tormentón bíblico que nos aguarda agazapado algunos kilómetros más adelante en la ruta.

El reloj marca las seis de la tarde de un día a finales de enero, pero parece de noche.

Mi hija más pequeña acaba de abrir una puerta enorme.

La idea de que su padre se convirtió en célibe tras el nacimiento de ella y su hermana me causa gracia, pero permanezco serio al volante.

Me produce una enorme satisfacción que podamos conversar estos temas.

Y me da mucha ternura la inocencia de la pregunta, en parte porque la frecuencia sexual tras los partos tiende a bajar casi a cero, así que mi pequeña no está tan errada.

–Los padres somos de carne y hueso –digo mientras aumento la velocidad de las escobillas así puedo ver mejor el camino–, no nos convertimos en muñecos de cera después de tener hijos; seguimos siendo personas con ganas de hacer cosas.

–Pero entonces qué, ¿vos todavía hacés el s**o? ¿Cuándo? ¿Por qué? –se apresura a preguntar, presa de un torbellino de dudas y contradicciones.

Es evidente: en el horizonte de su idea de sexualidad no hay lugar para la reincidencia, mucho menos para las tormentas borrascosas del placer por el placer mismo.

Y si yo me viera desde afuera, también pensaría que estoy para otras cosas y no para andar haciendo cochinadas.

Esto pasa desde que el mundo es mundo, a los hijos nos cuesta entender que nuestros progenitores son humanos y están vivos del ombligo para abajo.

–El s**o es algo importante y muy lindo –le respondo con seriedad mientras le hago señas a una camioneta para que pase–, pero es normal que los hijos sientan que el s**o de los padres es algo asqueroso, cuando crezcas vas a entender que es algo común que le pasa a todo el mundo.

–Pero vos ya sos viejo –insiste ella con algo de tino–, ¿para qué querés seguir haciendo el s**o?

***

El cielo se oscurece todavía más. Ahora los truenos se cuelan en la conversación entre los rayos y las centellas.

–¿Te parece que soy viejo? Yo me siento bastante joven y con energía –le digo y aprovecho para mirarme en el espejo retrovisor: estoy cansado, me acabo de fregar los ojos y tengo las cejas como un diablo.

–Pa, estás lleno de canas y ya tenés hijas grandes –me retruca ella con lógica blindada–, ¿para qué seguís con el s**o?

–Yo me pregunto lo mismo, hijita pequeña; pero la vida real no es como en las publicidades, entonces las personas que no son jóvenes o hermosas también tenemos ganas de disfrutar de las cosas lindas.

Se hace un silencio con más truenos. Ahora la lluvia es una cascada cegadora que pone todo de color gris. Apenas si veo las balizas de los coches que se van a la banquina a esperar que pase la tormenta.

Mientras evalúo buscar un refugio, recuerdo que a su edad yo pensaba lo mismo.

Me pongo a masticar la bronca del condicionamiento religioso y cultural que nos obliga a vernos como autómatas programables y de pronto mi hija mayor me sacude con otra pregunta ideal para tardes de lluvia.

–Pa, ¿qué es una orgía?

***

La pregunta no es casual e intento contextualizar antes de decir alguna barbaridad.

Entre las dos me explican que en la canción Súbete, de un tal Lary Over, hablan de hacer una orgía. Les pido que googleen la letra para ganar tiempo y pensar la respuesta. Cuando la leen en voz alta, el auto casi se me va a la banquina:

"Me gusta el piquete que tiene la vecina
Yo me imagino si se me sube encima
Hacemos una orgía
Baby tú eres mía
Ahora no deja e’ buscarme después que esa noche yo la maté
No se conformó con lo que le hice y tuvimo’ que darle los tres
Ah ah ah
Hacemos una orgía
Baby tú eres mía".

Ahora hay pequeños lagos formándose en la ruta y yo tengo los nudillos blancos sobre el volante: quiero tirar el teléfono por la ventana, putear a los productores musicales que foguean a estos artistas y ponerle una zapatería en el c**o al tal Lary Over.

Los siguientes 20 kilómetros me dedico a explicar una por una las líneas de la canción: voy cambiando marchas mientras teorizo sobre los movimientos culturales como el feminismo, hablo del Concilio de Trento, hablo de la lucha por el sufragio y sobre el final de mi soliloquio, termino diciendo que el Lary Over me parece un pelotudo de mesa de saldo.

–No te enojes con nosotras –me piden–, no sabíamos que esa canción hablaba de esas cosas.

–De ninguna manera me enojo con ustedes, no estoy furioso sino preocupado; ¿es conocida esa canción?

–Sí –me explican con naturalidad–, sale a cada rato en Tic-toc.

***

Tic-toc es una de las tantas redes sociales que pululan en la actualidad y a las que se puede acceder de manera muy simple mediante un teléfono.

En esa red social uno “fabrica” videoclips con pistas de audio predeterminadas.

Me siento un viejo choto porque dejé de prestarle atención a estos programitas nuevos y ahora me cuesta horrores entender qué son y a qué contenido estás expuesto cuando empezás a usarlos.

El otro día leí un estudio sobre las nuevas generaciones embobadas con los teléfonos, aunque no creo que el fenómeno sea exclusivo de los más jóvenes porque de hecho veo cada pelotudo grandote paveando con un celular frente a la cara que ya no me quedan dudas: el futuro llegó para dejarnos en ridíc**o a todos, sin distinciones etarias o de credo.

–Ustedes no tienen la culpa, el único responsable es el id**ta de Lary Over por ponerle ritmo a una letra tan horrible –digo antes de que un charco inmenso haga desaparecer los faros de adelante bajo el agua.

***

La primera –y única– clase de educación sexual que recibí en mi vida estuvo a cargo de un señor de sotana en un colegio católico.

En resumidas cuentas, este buen hombre nos dijo que si nos hacíamos la paja nos iban a salir pelos en los ojos, se nos iban caer los dientes y el diablo iba a llevarnos de las pestañas al in****no.

Mientras el coche avanza con dificultad pienso en que tiene que haber un punto medio entre el cuco de la sotana y este reguetón horrible que ahora es moda.

Demoro algunos kilómetros en entender que ese punto medio soy yo mismo.

De pronto el camino es una gran laguna y el motor empieza a toser amagando con apagarse, así que me pongo a buscar una zona despejada para poder recuperar el aliento.

Apenas estaciono, la caja de cambios se da por vencida y se clava definitivamente; la palanca no acepta ninguna marcha para ningún lado.

Un padre con el auto varado en medio del agua que amenaza con tapar el vehíc**o en el que van sus hijas es, de alguna manera misteriosa, una metáfora perfecta.

Lo único bueno de todo esto es que será un viaje difícil de olvidar para ellas y para mí, sobre todo si tengo que llevar el auto al mecánico para que lo resucite.

Arrullados por los truenos de las sierras, dejo que el auto descanse.

–Tengo miedo –dice una de ellas.

–No hay nada que temer –respondo, y propongo temas triviales de conversación para quitarle dramatismo al momento a la vez que intento hacer entrar alguna marcha para que el vehíc**o se mueva.

Y en un momento consigo que la segunda me dé bola, y esa marcha me da confianza para seguir a como dé lugar.

Hacemos el resto del camino a muy baja velocidad y con las balizas puestas.

Ya deben ser las siete de la tarde de un día a finales de enero cuando ellas por fin se tranquilizan.

La ruta está repleta de charcos y desperdicios flotantes pero nos las arreglamos para circular.

Hay autos enterrados en las banquinas, hay familias empapadas con el agua hasta las rodillas. Avanzamos como si estuviéramos en una película de zombis.

Les prometo que habrá merienda suculenta si me tienen paciencia.

–¿Podemos comer tostadas con manteca? –quieren saber.

Me acomodo las cejas, el jopo y me limpio el sudor de la frente.

–Tostadas con manteca para todo el mundo apenas lleguemos –digo.

Entonces el cielo empieza a agrietarse para dejar salir los últimos rayos de sol de la tarde; aparece un arcoíris, los pajaritos cantan y, como en la vida misma, lo único que nos da tranquilidad es seguir adelante.

09/02/2025

No vemos el jueves. Estoy con un pequeño estado gripal y necesito descansar.
Gracias

09/01/2025
Cuando tenía 13 años, éramos tan  pobres, que me daba vergüenza ir a la escuela. Evitaba mirar a mis compañeros, porque ...
08/29/2025

Cuando tenía 13 años, éramos tan pobres, que me daba vergüenza ir a la escuela. Evitaba mirar a mis compañeros, porque nunca llevaba comida. En los recreos, al ver cómo mis compañeros sacaban su almuerzo, yo me daba la vuelta para que nadie viera ni oyera cómo me rugía el estómago. Ellos sacaban sus bocadillos, manzanas, galletas. Y en mis manos no había más que aire y una sensación de humillación que me hacía querer que me tragara la tierra. Siempre fingía que simplemente no tenía hambre, que estaba demasiado ocupado con un libro o con las conversaciones. Pero por dentro era muy duro. A veces, hasta dolía...

Y todo eso podría haberse quedado solo como mi secreto de infancia, si no fuera por una niña. Un día me tendió un trozo de su bocadillo — y en ese momento entendí lo que es la verdadera bondad. El primer día simplemente se me acercó y, en silencio, me ofreció la mitad de su almuerzo. No sabía qué decir. Me dio vergüenza, pero lo acepté.

Desde ese día compartía comida conmigo todos los días. A veces era un panecillo, a veces una manzana, a veces un trocito de pastel que horneaba su madre. Yo comía despacio, intentando alargar aquel milagro, y por primera vez en mucho tiempo sentía que a alguien le importaba. No recuerdo si le di las gracias en voz alta. Creo que sí. Pero por dentro le daba las gracias cada día.

Y luego nos fuimos de vacaciones, y después de eso ella ya no estaba en nuestra clase. Simplemente dejó de ir a la escuela. El profesor dijo después que su familia se había mudado a otra ciudad, y no la volví a ver nunca más.

Entonces me sentí tan mal, como si me hubieran quitado algo importante. Cada vez que en clase sonaba la campana del almuerzo, me volvía automáticamente — por si acaso entraba, se sentaba a mi lado, volvía a poner delante de mí la mitad de su bocadillo y sonreía. Pero ella no estaba.

Me sentía triste y solo. Entendía que ella fue la única que se dio cuenta de mi problema, la única que no miró hacia otro lado. Nadie más me ofrecía comida, nadie decía: «Toma, esto es para ti». Y yo me había acostumbrado tanto a su gesto pequeño, pero tan importante.

A veces cerraba los ojos y veía su rostro — bondadoso, sencillo, con esa sonrisa que te calienta por dentro. Y llevé ese sentimiento conmigo toda la infancia. Incluso cuando el dolor se fue calmando un poco, recordaba: una niña una vez me regaló no solo pan, sino la sensación de que no era invisible, de que le importaba a alguien.

Pensé que aquel recuerdo quedaría solo como una sombra de mi pasado difícil. Pero 25 años después volvió a mi vida de una manera que me puso la piel de gallina.

Ayer mi hija pequeña volvió de la escuela. Colocaba los cuadernos sobre la mesa, luego sacó su fiambrera y, al cerrarla, dijo de pronto, como si nada:

— Papá, ¿puedes ponerme dos bocadillos mañana?

— ¿Dos? — me sorprendí. — Si nunca te terminas ni uno.

Me miró con seriedad, nada infantil:

— Es para poder compartir otra vez mañana. En nuestra clase hay un niño… dijo que hoy no había comido nada y le di la mitad de mi bocadillo.

Me quedé inmóvil. Me pareció que el tiempo se detenía por un segundo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Vi delante de mí no solo a mi hija, sino también a aquella niña de mi infancia. La que alguna vez me salvó del hambre. En su gesto sentí esa misma continuidad — como si la bondad no hubiera desaparecido, sino que hubiera seguido su camino, a través de los años, a través de las generaciones.

Y entonces entendí: quizá nunca vuelva a encontrar a aquella niña. Puede que ni siquiera se acuerde de mí. Pero su bondad no se desvaneció — siguió su camino. Se quedó viviendo en mí. Y ahora — en mi hija.

Salí al balcón y me quedé mirando el cielo durante mucho rato. Tenía ganas de llorar. Porque por dentro estaba todo a la vez — los recuerdos de una infancia difícil, la gratitud, el dolor y una especie de alegría tranquila. Recordé mis tardes de escuela, cuando me acostaba con hambre y pensaba que el mundo era injusto. Y entendí que aquella niña, con su gesto sencillo, cambió mi vida. Me enseñó a creer que, incluso cuando lo estás pasando mal, siempre habrá alguien que te tienda la mano.

No sé dónde está ahora. Quizá tenga familia, hijos. Quizá ni siquiera recuerde al chico al que alguna vez le ofrecía la mitad de su bocadillo. Pero yo sí me acuerdo. Y lo recordaré mientras viva.

Y lo sé con certeza: mientras mi hija comparta pan con otro niño, la bondad seguirá viva. En cada pequeño trozo de pan, en cada pequeño gesto que calienta el corazón de otro.Y de solo pensarlo se me encoge el corazón… y por primera vez en muchos años me dieron ganas de llorar.

No todos los heroes son normalmente admirados, no todos los que se suponen proterte lo hacen. Una buena persona persona ...
08/28/2025

No todos los heroes son normalmente admirados, no todos los que se suponen proterte lo hacen.
Una buena persona persona se viste de todas las maneras imaginables y forma parte de los grupor mas diversos.
El bien y el mal estan en todos.
Discruten de esta historia.

Esta niñita entró en un bar de moteros a medianoche y le preguntó al hombre más aterrador del lugar si podía ayudarla a encontrar a su mamá.
Todos los moteros vestidos de cuero en esa habitación llena de humo guardaron un silencio sepulcral mientras esta niñita en pijama, cubierta de princesas de Disney, permanecía en la puerta, con lágrimas corriendo por su rostro, mirando a treinta moteros rudos como si fueran su última esperanza. La rocola parecía ahogarse con una canción de Johnny Cash. Los tacos de billar se congelaron a mitad de camino.
Fue directa hacia Snake, el presidente de Iron Wolves MC, de 1.93 metros, con la cara llena de cicatrices y brazos como troncos de árbol, le tiró del chaleco de cuero y pronunció las palabras que movilizarían a todo un club de moteros y expondrían el secreto más oscuro de nuestro pueblo.
"El hombre malo encerró a mamá en el sótano y no se despertará", susurró. "Dijo que si se lo contaba a alguien, lastimaría a mi hermanito. Pero mamá dijo que los moteros protegen a la gente".
Ni a la policía. Ni a los vecinos. Ninguna de las personas "respetables" del pueblo. A esta niñita su madre le había dicho que si alguna vez necesitaba ayuda, ayuda de verdad, encontrara a los motociclistas.
Snake se arrodilló a su altura; su enorme figura la hacía parecer aún más pequeña. Todo el bar contuvo la respiración.
"¿Cómo te llamas, princesa?", preguntó con una voz grave y suave, más suave que la que jamás habíamos oído.
"Emma", dijo, y luego añadió algo que hizo que todos los motociclistas de la sala buscaran sus teléfonos: "El malo es policía. Por eso mamá dijo que solo encontraran motociclistas".
El aire se electrizó. Un policía. Por supuesto. Lo explicaba todo. Un policía podía hacer desaparecer a una mujer y a sus hijos, y todo el sistema lo protegería, pintando a los motociclistas como los villanos.
Pero sin pensarlo dos veces, Snake levantó a Emma como si no pesara nada, con ese hombre de aspecto aterrador acunándola como una carga preciosa. Miró la sala con ojos duros como la piedra. "Hermanos", dijo, su voz rompiendo el silencio. "Vamos. Hawk, tú estás en comunicación, busca la ubicación. Patch, tráele leche con chocolate a esta pequeña y averigua su dirección, con cuidado. Razor, tú y Diesel crean una distracción en la zona norte del pueblo en diez minutos; ruidoso, pero limpio. Los demás, prepárense. No solo vamos a encontrar a su mamá. Vamos a traer a esta familia a casa".
No hubo debate. Ninguna vacilación. Solo el roce de sillas, el tintineo de llaves y el paso decidido de hombres con una misión. Mientras Patch, un motociclista corpulento con un sorprendente talento para calmar a los niños, estaba sentado con Emma, ​​ella le señaló su casa en un mapa en su teléfono. Pertenecía al oficial Frank Miller, un hombre con una imagen pública cuidadosamente forjada y un temperamento conocido.
El plan era quirúrgico. Mientras las Harley de Razor y Diesel rugían al cruzar la ciudad, atrayendo la inevitable atención de la policía local, cuatro motos, incluida la de Snake, se deslizaban por los callejones, con los motores apagados a una cuadra de la casa de Miller. Se movían entre las sombras como fantasmas.
Snake, con otros dos, encontró la ventana trasera por la que Emma dijo haber entrado a rastras. Dentro, la casa estaba extrañamente ordenada. El llanto de un bebé, débil y angustiado, los condujo a una habitación del piso superior donde un niño pequeño yacía en su cuna. Estaba a salvo. El tercer motociclista lo recogió, lo envolvió en una manta y lo sacó a la noche.
Luego, el sótano. Snake bajó las escaleras solo, con su linterna iluminando la húmeda oscuridad. La encontró desplomada en el suelo de cemento. La madre de Emma, ​​Sarah, estaba magullada e inconsciente, pero respiraba. Una oleada de furia fría invadió a Snake, pero la reprimió, concentrándose en la tarea. La levantó con la misma delicadeza con la que había levantado a su hija y la sacó al aire limpio de la noche.
Mientras tanto, Hawk, el genio tecnológico del club, ya había puesto la última pieza en su sitio. Había encontrado el número de móvil de Miller y, usando un modificador de voz, lo llamó, haciéndose pasar por un informante de poca m***a. "Oye, Miller. Oigo cosas. Una niña acaba de entrar en la sede de los Lobos de Hierro. Parece que ha estado hablando."
La rabia y el pánico en la voz de Miller eran justo lo que Hawk esperaba. "Esa mocosa... Ya le avisaron. Cuando termine con este control de tráfico, volveré a terminar lo que empecé. A ella y a su madre."
Toda la conversación fue grabada.
Para cuando Miller se dio cuenta de que la distracción era una farsa y corrió a casa, la casa estaba vacía. La jaula estaba abierta y los pájaros habían volado. Su reinado de terror había terminado. La grabación no se envió a la policía local, sino directamente a la policía estatal y a una estación de noticias del condado vecino. No habría encubrimiento.
De vuelta en la sede del club, un exmédico del ejército atendía a Sarah. Emma y su hermanito, Leo, dormían en una habitación trasera tranquila, rodeados por un círc**o de guardias vestidos de cuero que no permitían que ni una sombra los tocara.
Semanas después, el pueblo seguía conmocionado. El oficial Miller estaba bajo custodia federal, y su arresto había desenterrado una corrupción en la fuerza local más profunda de lo que nadie imaginaba. Los Lobos de Hierro fueron aclamados como héroes, un título con el que ninguno de ellos se sentía cómodo.
Una noche, Sarah
Estaba sentada con Snake en el porche de la casa club, viendo a Emma perseguir luciérnagas en el jardín. Estaba sanando, sus moretones se habían desvanecido, su espíritu regresaba.
"Sabía que no me creerían", dijo en voz baja, con la mirada fija en su hija risueña. "Una madre soltera con un pasado problemático contra un policía condecorado. Pero mi abuela siempre me decía que hay diferentes tipos de protectores en este mundo. Decía que algunos llevan placas y otros usan cuero. Le dije a Emma que te buscara porque sabía que no verías mi pasado. Solo verías a mis hijos".
Snake observó cómo un enorme motociclista llamado Grizzly se detenía a mitad de camino para dejar que Emma atrapara una luciérnaga que se le había posado en la bota.
"No somos héroes, señora", dijo, con la misma voz grave y retumbante de la noche en que se conocieron. "Solo somos los monstruos a los que otros monstruos temen". Asintió hacia Emma, ​​con una extraña y pequeña sonrisa dibujando sus labios marcados. Y esa niñita tuya... se adentró en la oscuridad y encontró a los monstruos adecuados para luchar por ella. Ella es la valiente.
En la luz que se desvanecía, rodeada del reconfortante rugido de las motocicletas y el aroma a gasolina y pino, una familia rota había encontrado a sus guardianes. No solo los habían rescatado. Los habían acogido en una manada que los protegería de por vida.
Crédito: Historias Diarias

08/27/2025
08/22/2025

Nunca es tarde para hacer lo que amas! ¿Ves a esta mujer? A sus ochenta años, ha conmovido a medio mundo con su historia.

Anezka Kaspárková, conocida como Agnes, es una campesina nacida en un pequeño pueblo de la República Checa. Nació en una familia pobre, en un pueblo pobre. Así, durante sesenta años, como la mayoría de las mujeres de su pueblo, trabajó en la agricultura. Un día, tras jubilarse, se apuntó a un curso y fue entonces cuando descubrió su verdadera pasión: la pintura.

Agnes estaba rebosante de alegría; por fin podía dedicarse a lo que amaba, pero su maestra falleció. Así que Agnes decidió hacer algo: empezó a pintar flores azules en las paredes de su casa. Sus decoraciones fueron tan populares que todos los aldeanos querían tenerlas. Día a día, gracias a su paciencia y determinación, el pueblo de Louka se transformó en una galería al aire libre. Y se hizo famoso en todo el mundo, atrayendo a turistas y visitantes deseosos de ver a "la dama de las flores azules" con sus propios ojos.

Cada día, Agnes dedica su tiempo y talento a decorar hogares con delicados arreglos florales de color azul ultramar. «Intento ayudar a que el mundo sea un poco más hermoso», dijo. Porque, al final, lo que importa no es la riqueza acumulada, los privilegios cultivados ni la fama alcanzada. Lo que importa son las emociones vividas, la belleza buscada y creada. Vivimos de lo que recibimos, pero vivimos de lo que damos.

08/21/2025

Ya el en vivo 🥰

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