
23/01/2025
La breve historia de HERA, la hembra que hacía soñar
Jesús Pintor
Ella, sobreviviente de su propia sonrisa que prometía primaveras, casi dueña del anagrama Crismón, ese mismo que le pedían a Constantino, el emperador romano, HERA se refugiaba en su psicodélica pero no por ello tierna concepción de la vida.
Eso mismo (el Crismón), que Humphry Osmond explicaba como «que manifiesta el alma», es lo que tenía la mujer en un acto no simple, sí, en cambio, complejo. El hombre ya no se pertenecía, había sido robado por la mirada angelical de la hembra, a quien había conocido unos meses atrás, apenas atisbando por las rendijas de sus perdidos suspiros.
HERA sonreía a la vida, era una hembra que provocaba sin ser vulgar, despertaba instintos y robaba sueños. El "hola" de inicio en la bandeja del conversatorio, fue respondido por ella, la sobreviviente de su propia sonrisa, en un acto que sintió el hombre como una descarga eléctrica desde el fondo de su alma.
Verla de lejos era su panacea, medicina de los dolores del casi ermitaño. Solo verla le iluminaba el día... y sus noches; allí, perdido en el silencio particular de un ser prófugo de su realidad, una realidad ¿inventada?, él mismo no lo sabía.
"Te veo en el jardín, cerca de la catedral, no me vayas a fallar", se dejó leer el mensaje un día de tantos y la respuesta pronta de asentimiento. Y sí, tras el muro de L invertida estaba ella, enfundada en una linda combinación subversiva: rojo y negro, pelo suelto y mirada brillante. Ya el Sol soltaba sus últimos rayos.
Luego de la tibieza carnal, una caricia furtiva, casi insolente. No era posible explicarlo: la piel era recorrida pedazo a pedazo sin que lo impidiera el aire, los escrúpulos, ni los miedos... ¿cómo llegaron allí?, la oscuridad cómplice no permitía explicarlo ¿había necesidad? Dos perlas húmedas que, brotaron de la piel masculina, golpearon el pecho de la hembra y un gemido invadió el área.
Eran ellos y la frenética locura, intensa, primitiva... instintiva. La fusión se dio con los intervalos que permitió Dioniso, el dios inspirador del éxtasis y la demencia. Pese a su individualidad se bifurcaron y pronto, en ese vaivén atroz, de nueva cuenta uno solo, así, con todo y nada.
Al cabo de una hora y con el pecho masculino aún agitado, se soltaron los cuerpos y el cansancio, benevolente, llegó a ellos.
-¿HERA? -preguntó el hombre tras unos 6 minutos de descanso.
Solo el silencio. Volvió a preguntar y la respuesta no llegó. Con las sábanas aún mojadas el hombre se irguió apresuradamente. No... solo evanescencia. Él ¿y ella?
La abrumadora soledad no dejó dudas.