
04/08/2025
La ascensión triunfal de Cristo al cielo fue la señal de que sus seguidores iban a recibir la bendición prometida. Por eso debían esperar antes de comenzar su obra sin la presencia visible de su amado Maestro. Mientras aún estaba con ellos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre, «la cual, dijo, habéis oído de mí. Porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días».
Cuando Cristo entró por las puertas celestiales, fue entronizado en medio de los cánticos de millones de ángeles. Tan pronto como se completó esta ceremonia, el Espíritu Santo descendió sobre sus seguidores en abundantes corrientes, según la promesa de Cristo, y ya no fueron huérfanos. ¡Con qué rapidez cumplió Cristo su promesa y envió desde las cortes celestiales la garantía de su amor! Después de su investidura, vino el Espíritu y Cristo fue verdaderamente glorificado, incluso con la gloria que tenía desde toda la eternidad con el Padre. Durante su humillación en esta tierra, el Espíritu no había descendido con toda su eficacia; y Cristo declaró que si Él no se iba, no vendría, pero que si se iba, lo enviaría. Era una representación de sí mismo, y después de ser glorificado se manifestó.
*The Signs of the Times del 17 de Mayo de 1899, Parr. 2-3, Segunda Parte*
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