
16/11/2024
El otro día una amiga me preguntó que como llevo la maternidad. Y yo, le respondi que ser madre es lo mejor que me ha pasado en la vida. Todos los días lloro entre 20 y 60 minutos. A veces por la noche, antes de acostarme, otras estoy tan cansada que ni siquiera puedo llorar por fuera. Que la carga mental se ha triplicado, porque ahora no sólo tengo que recordar que hay que comprar detergente, que mañana toca cambiar las sabanas, o que hay un lavavajillas a medio poner. Ahora también tengo que recordar cuando tocan las vitaminas, los probioticos, que casi no quedan pañales o que la próxima vez que vayamos al pediatra hay que preguntarle que... "introduzca aquí cualquier preocupación de buenos padres primerizos". Que ahora no hago nada cuando yo quiero. No me levanto cuando yo quiero, no me duermo cuando yo quiero, no como cuando yo quiero, no me ducho cuando yo quiero y es más, a veces, ni siquiera voy al baño cuando yo quiero. Y que pueden pasar muchos días así. Que ahora es más importante poner la lavadora de la niña y restregar mientras duerme los pijamas de c**a mientras yo llevo los mismos vaqueros desde hace dos semanas porque son los únicos que me quedan bien, aunque huelen a leche, a baba y a c**a. Que me he tenido que despedir con lágrimas en los ojos de quien era yo en el espejo y de mucha ropa que había atesorado durante años. Que muchas veces no encuentro con qué sentirme de nuevo cómoda conmigo misma, por lo que muchas veces salgo de casa enfadada por no haber aprovechado los 15 minutos que he tenido para elegir lo que podía ponerme.
Pero cuando ella me sigue con la mirada mientras camino como una loca arreglando cosas a su alrededor, cuando me sonríe a las 3 de la mañana en mitad de una toma, cuando se agarra a mi pecho con sus pequeñas manitas mientras respira cada vez más lento tranquilizando y sincronizando conmigo el latido de su corazón, tengo la certeza de que ser madre es el mejor regalo que la vida me ha hecho. Porque me ha enseñado que mis límites están mucho más lejos de lo que podía imaginar, que soy más fuerte de lo que nunca habría podido soñar y que el amor puro e incondicional tiene otro nombre en el diccionario. Se llama maternidad