23/06/2019
SE EMPIEZA NO SABIENDO CÓMO HACERLO.
Pero quien no practica autoaquietarse anda por la vida lleno de ruido por dentro. Estar lleno de ruido nos impide no solo pensar con claridad, sino también VER: ver qué sentimos, qué necesitamos, qué está sucediendo en nuestro entorno más allá de nuestras proyecciones…
Nuestra identidad más profunda, nuestra Esencia, no nos habla a los gritos: se expresa delicadamente, más como el sonido de una caja musical que como el bramido de un viejo motor. ¿Cómo escucharla con tanto desorden dentro? Y, si no la escuchamos para ser quienes en verdad somos, ¿quiénes estamos siendo, al seguir lo que nos dicen esos innumerables ruidos que nos habitan?
Autoaquietarse es un aprendizaje que se ejerce partiendo de no poder hacerlo. Acallarse es un aprendizaje que se ejerce partiendo de no poder detener nuestro ruido. El punto es que autoaquietarse es tan natural, que nos parece que deberíamos realizarlo como cuando resolvemos los asuntos del mundo.
Necesitamos volvernos a mirar la Naturaleza. La Naturaleza toda sabe autoaquietarse; los animales no humanos tienen capacidad de contemplación, instintivamente: podemos ver los pájaros, los perros, los caballos, serenarse cuando el sol va cayendo, sin hacer nada: quietecitos… mirando… oyendo... La Naturaleza nos enseña a volver a nuestra Autonaturaleza Inobstruida (como le llama el Budismo Zen).
Si el animal humano se entrena en ese “quedarse quieto”, puede sumarle la destreza de AUTOOBSERVARSE cada vez con más hondura, cada vez con más detalle, mucho más que cualquier pensamiento podría lograr. Autoobservarse sin pensar es una maestría que se va desplegando con la práctica. Por eso al principio no podemos: es como tocar cualquier instrumento musical (solo que el instrumento somos nosotros mismos). Date todos los días silencio. Así, podrás hacer nacer tu verdadera música! Nadie puede reemplazarte en la sinfonía de la Gran Orquesta…
Virginia Gawel