
10/05/2025
Otro tema recurrente en el consultorio...
Decir Si a todos, pero decirse que NO a uno mismo.
Empatía, amor, servicio? todo en su sano equilibrio...
Empatía no es lo mismo que simpatía.
A veces el mayor acto de amor por el otro, y por vos, es permitirle que pueda hacerse responsable de su vida para vos también poder observarte y hacerte responsable de tus necesidades.
“No te voy a ayudar esta vez.”
Eso fue todo lo que escuchó.
No hubo reclamos.
No hubo sermones.
Solo una frase firme… y el sonido del teléfono colgando.
Su mejor amigo.
El mismo que siempre había estado para él… hoy le cerraba la puerta.
Se quedó viendo el celular, esperando que fuera una broma.
Un mensaje de “es mentira, aquí estoy.”
Pero no llegó nada.
Y en ese momento… se sintió solo.
Había perdido el trabajo.
Las cuentas se le vinieron encima.
El auto ya no servía.
La renta se le vencía al día siguiente.
Lo primero que pensó fue en él: su mejor amigo de toda la vida.
El mismo que siempre le prestaba dinero.
El que iba y resolvía todo.
El que le hacía el favor de hablar con los jefes, conseguirle trabajos, sacarlo de líos.
Pero hoy no.
Hoy solo escuchó esa frase dura:
“No te voy a ayudar esta vez.”
Desesperado, llamó a otros conocidos.
—¿Me puedes prestar para la renta?
—Uy, hermano, ahorita ando bien corto… sorry.
—¿Sabes de algún trabajo, aunque sea de lo que sea?
—Te aviso si sé de algo, suerte.
Y no llegó ayuda.
Ni milagros.
Ni soluciones fáciles.
Esa noche durmió en el piso de su departamento vacío.
Con hambre.
Con miedo.
Con rabia.
Se sintió traicionado.
Se sintió abandonado.
Se sintió derrotado.
Pasaron días.
Y por primera vez, se obligó a hacer lo que nunca había hecho: valerse por sí mismo.
Buscó trabajos en cada esquina.
Vendió cosas que ya no usaba.
Aceptó un empleo sencillo que antes habría despreciado.
Se tragó el orgullo.
Se sacudió la lástima.
Y poco a poco… se levantó.
Semanas después, cuando pudo volver a comer caliente, cuando pagó su primera renta con su propio esfuerzo… entendió.
Marcó a su viejo amigo.
—Ahora lo veo —le dijo—. No me ayudaste… porque me estabas ayudando de verdad.
Del otro lado de la línea, su amigo sonrió.
—Te quiero, pero no iba a seguir salvándote. Tenías que ver que tú podías salvarte solo.
Y así, entre lágrimas de orgullo y dolor, el joven se convirtió en un hombre que ya no pedía auxilio… sino que caminaba solo, con la frente en alto.
Moraleja:
No siempre quien te dice “no” te está abandonando.
A veces, quien más te quiere es quien te empuja a descubrir tu propia fuerza.
Porque los que siempre te rescatan… te debilitan.
Y los que te obligan a luchar… te hacen libre.
A veces para ayudar hay que dejar de ayudar.