22/05/2025
El precio del sanador "sin sanarse primero"
La gente venía desde tierras lejanas para tocar las manos de un sanador famoso, escuchar sus palabras y recibir su energía. Decían que tenía dones: podía aliviar dolores, calmar corazones rotos y hasta limpiar las energías de una casa infestada de sombras.
Cuando llegaba la noche y las puertas, quedaba solo consigo mismo. Miraba sus manos, esas que todos veneraban, y sentía un vacío que no entendía. “¿Por qué, si sano a tantos, me siento cada vez más débil?” se preguntaba. Empezó a soñar con rostros que no conocía: rostros oscuros, de ojos hambrientos, que le susurraban mientras dormía.
Una noche, El sanador caminó hasta el bosque, buscando respuestas al espíritu del árbol antiguo. Se sentó bajo el árbol milenario, famoso por ser el guardián de los secretos de los sabios. El árbol, al sentir su presencia, abrió su voz grave:
— Tú das lo que no tienes. Has olvidado limpiarte. Has dejado que el poder te suba a la cabeza. Tu corazón está contaminado.
— ¡No puede ser! —respondió E—. Yo hago el bien. Yo sano. Yo sirvo.
— ¿Sirves… o te sirves? —preguntó el árbol—. Cuando das energía sin limpiar tu alma, transmites tus propias sombras. Cuando cobras sin medir, sin respeto, te vendes a ti mismo. Cuando buscas aplauso, alimentas tu ego, no tu luz.
El bajó la cabeza. Sabía que el árbol decía la verdad. Empezó a recordar pequeños momentos: cuando había sentido orgullo al ser llamado “maestro”, cuando había dejado que el dinero lo emocionara más que la sanación, cuando había trabajado aun estando emocionalmente roto solo por no perder fama.
El espejo de los siete rostros
El árbol, con un movimiento de sus ramas, le mostró un espejo dividido en siete partes:
— Cada rostro que ves es una grieta. Si no las cierras, no solo caerás tú: caerán contigo los que tocas —advirtió el árbol.
1. El rostro espiritual: su canal bloqueado por orgullo.
2. El rostro filosófico: su bien contaminado por ego.
3. El rostro psicológico: sus heridas no sanadas que se proyectaban en otros.
4. El rostro metafísico: su karma multiplicado por transmitir energía envenenada.
5. El rostro esotérico: las puertas abiertas a entidades oscuras.
6. El rostro mercantil: su transformación en producto de mercado.
7. El rostro humano: el vacío que crece cuando olvidas por qué empezaste.
8.— Todo sanador debe saber que no basta con aprender técnicas, símbolos o rituales. Es su alma la que sana, y un alma contaminada solo puede transmitir su propio veneno. Limpia primero tu corazón; lo demás vendrá solo.
Moraleja:
El verdadero sanador no es el que sabe más, ni el que tiene más seguidores, ni el que da sin parar. Es aquel que recuerda que antes de poner sus manos sobre otros, debe limpiar su propia alma. Porque un sanador contaminado, aunque no lo sepa, multiplica el sufrimiento que dice querer sanar.