
28/09/2025
𝗛𝗘𝗥𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔 𝗘𝗠𝗢𝗖𝗜𝗢𝗡𝗔𝗟 ©
Lo que no sanamos, lo repetimos
por Juan A. Currado
No hay padres perfectos,
ni tampoco hijos que lo sean.
Unos y otros nos equivocamos.
Y algunas de esas equivocaciones hieren,
aun cuando no hubo intención de lastimar.
Para no perpetuar el sufrimiento,
necesitamos reparar lo que la ignorancia dañó.
Como hijos, sanar la relación con nuestros padres implica reconocer que ellos también fueron hijos.
Y que no todo lo que recibieron fue bueno.
No se trata sólo de sanar con los padres de carne y hueso,
sino también con los padres que llevamos dentro,
los que habitan en nuestra subjetividad.
Lo no sanado se hace visible cada vez que:
— nos tratamos o nos herimos como fuimos tratados o heridos en la infancia,
— lastimamos a otros con los mismos gestos aprendidos,
— o juzgamos con la misma vara con que alguna vez fuimos juzgados.
Como padres, sanar la relación con nuestros hijos es poder ver en su ignorancia el reflejo de la nuestra.
Reconocer que ellos aprendieron imitando,
y que puede llevarles toda una vida:
— separar lo heredado de lo propio,
— desaprender lo copiado,
— y crear desde su singularidad.
En la película Gladiator, Marco Aurelio le dice a su hijo:
“Tus defectos como hijo son mi fracaso como padre.”
La frase es dura, aunque revela algo esencial:
la herencia emocional no es neutra,
y muchas veces se transmite sin que lo notemos.
Sanar es asumir esa responsabilidad,
sin quedar atrapados en la culpa.
No nacimos sabiendo ser padres:
lo aprendemos siéndolo.
Tampoco nacimos sabiendo ser hijos:
también lo aprendemos en el camino.
Y es en ese camino,
entre aciertos y errores,
como unos y otros llegamos —poco a poco—
a Ser.
© 𝘊𝘰𝘮𝑝𝘢𝘳𝘵𝘪𝘳 𝘦𝘭 𝘵𝘦𝘹𝘵𝘰 𝘤𝘪𝘵𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘭 𝘢𝘶𝘵𝘰𝘳.
𝗝𝘂𝗮𝗻 𝗔. 𝗖𝘂𝗿𝗿𝗮𝗱𝗼. Lic en Psicología. UBA, MN 15.548
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