Grupo Elron Oficial

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Página que busca despertar la consciencia difundiendo Mensajes de Luz, Aforismos Espirituales, Artículos sobre Roles de Ego y Notas sobre Enigmas Develados.

Muchos que se consideran grandes construyen su ilusorio imperio haciendo infelices a los otros, dejando de lado el senti...
05/09/2025

Muchos que se consideran grandes construyen su ilusorio imperio haciendo infelices a los otros, dejando de lado el sentido de justicia y honor. El vacío existencial se ha llenado de un ego absurdo que corroe su vida y la de los demás. La felicidad que se apoya en el consumo es sólo una ilusión, pues el punto de partida hacia la felicidad nace en uno mismo. Esa es la puerta entre uno y el Todo.
Verdaderamente grande es quien puede rescatar un aprendizaje de cada lección y no quien repite siempre los mismos errores; quien puede dar amor a pesar de haber sufrido; quien no se conforma con cambiarse, sino quien ayuda a que otros puedan hacerlo; quien no especula con la necesidad ajena, sino quien se apronta a darle una mano; quien puede consolidar lazos fundados en valores verdaderos; quien no espera nada más que una mirada para dar una sonrisa; quien no busca venganza, sino paz entre los seres humanos; quien siendo pequeño actúa con grandeza; quien puede dejar todo atrás cuando es necesario, porque siempre está dispuesto a volver a empezar...
Kar El.

04/09/2025
ESTA HISTORIA FORMA PARTE DE MI LIBRO "RELATOS SOMBRÍOS".*Los Túneles de Santa FelicitasEl Odio bajo la PiedraHay histor...
31/08/2025

ESTA HISTORIA FORMA PARTE DE MI LIBRO "RELATOS SOMBRÍOS".
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Los Túneles de Santa Felicitas
El Odio bajo la Piedra
Hay historias que se aferran a los ladrillos y al mortero, venenos que se filtran en la tierra sobre la que se construye una ciudad. La de Felicitas Guerrero es una de ellas, pero lo que la mayoría no sabe es que la verdadera oscuridad no reside en el eco de su llanto, sino en las venas ocultas que corren bajo su templo: los túneles.
Héctor, un estudiante de arquitectura con más arrogancia que prudencia, se había obsesionado con ellos. Desestimaba los cuentos de fantasmas como folklore para turistas. Para él, los túneles de Barracas eran un desafío de ingeniería, una red olvidada que conectaba las viejas mansiones de la aristocracia del siglo XIX, y el complejo de Santa Felicitas era su nexo. Su tesis, afirmaba, demostraría su existencia y su trazado original.
Una noche de noviembre, húmeda y tormentosa, junto a su amiga Carla, una historiadora que sentía un respeto más saludable por las leyendas, encontraron una entrada. No fue en la iglesia, sino en el sótano de una casona aledaña a punto de ser demolida, una grieta en un muro de contención que revelaba un arco de ladrillos y una oscuridad que parecía devorar la luz de sus linternas.
"Es aquí", susurró Héctor, su voz llena de un triunfo febril. "El trazado que calculé era correcto. Esta propiedad pertenecía a los Guerrero".
"No me gusta esto, Héctor", dijo Carla, el aire viciado y frío que emanaba del pasadizo erizándole la piel. "Dicen que el alma de Ocampo, su asesino, nunca encontró descanso. Que su odio lo ancló a estas tierras".
"El odio no excava túneles, Carla. El miedo y el dinero sí", replicó él, ya deslizándose por la abertura.
El túnel era más angosto de lo que imaginaban, un útero de ladrillo que olía a tierra mojada y a un indefinible perfume a flores marchitas. El sonido de la tormenta en el exterior se desvaneció, reemplazado por un silencio antinatural, profundo y expectante. Avanzaron en fila india, el haz de sus linternas cortando la negrura absoluta. Las paredes rezumaban una humedad helada, y en algunos tramos, el agua les llegaba hasta los tobillos.
Fue Carla quien lo notó primero. "Escucha", siseó, deteniéndose en seco.
Héctor se detuvo, impaciente. "¿Qué? Es solo el goteo del agua".
"No. Es una voz. Un murmullo".
Aguantaron la respiración. En el límite del silencio, se oía un susurro grave, masculino, cargado de una furia contenida. No se entendían las palabras, solo la emoción: celos, reproche, una obsesión que el tiempo no había podido erosionar.
"Debe ser el viento en alguna ventilación", racionalizó Héctor, aunque su propia voz sonaba menos segura.
Continuaron, pero la atmósfera había cambiado. El aire se sentía pesado, opresivo. Las sombras proyectadas por sus linternas parecían contorsionarse, alargándose y retorciéndose como si tuvieran vida propia. De pronto, la linterna de Héctor parpadeó y se apagó, sumiéndolos en la oscuridad total, rota solo por el tembloroso haz de Carla.
"Malditas pilas", masculló Héctor, golpeando el aparato.
Fue en ese instante de oscuridad casi total que lo sintieron. Una ráfaga de aire gélido los barrió, y con ella, un empujón violento que hizo que Carla se tambaleara contra la pared. La sensación no fue etérea; fue sólida, malévola. Un acto de agresión física salido de la nada.
"¡Héctor, algo me empujó!", gritó ella, el pánico tiñendo su voz.
Héctor logró encender su linterna de nuevo. No había nadie. Estaban solos en el pasadizo claustrofóbico. Pero ahora, el murmullo era más claro. No estaba en el aire, sino que parecía vibrar desde los propios ladrillos. Era una discusión, fragmentos de una pelea ocurrida hacía más de un siglo.
"¡No serás de nadie más! ¡Si no eres mía, no serás de nadie!"
La voz de Enrique Ocampo resonó en sus mentes, no en sus oídos. Un eco psíquico impregnado de violencia. A lo lejos, como respuesta, oyeron el sollozo desgarrador de una mujer. El lamento de Felicitas.
Aterrorizados, decidieron volver. Pero al girar, el túnel que habían recorrido ya no estaba. En su lugar, había un muro de ladrillos macizo y antiguo, como si nunca hubiera existido un pasaje.
"No... no es posible", balbuceó Héctor, palpando la pared húmeda y sólida.
Estaban atrapados. El pánico se convirtió en un terror helado. El túnel ya no era una estructura estática; era una trampa que se reconfiguraba a voluntad de la entidad que lo habitaba. El espíritu de Ocampo no estaba simplemente allí; él era el túnel. Su odio y su rabia posesiva eran el mortero que unía cada ladrillo.
Comenzaron a correr en la única dirección posible, adentrándose más en la oscuridad. El túnel se bifurcaba una y otra vez, creando un laberinto imposible. Los susurros de Ocampo los acosaban, a veces justo detrás de ellos, a veces desde todas las direcciones a la vez. Veían figuras oscuras moverse en el rabillo del ojo y sentían el roce de manos frías en sus cuellos.
En una pequeña cámara subterránea, encontraron un viejo revólver oxidado sobre un nicho en la pared, casi consumido por la herrumbre. Al iluminarlo, un grito ensordecedor de pura rabia sacudió el túnel, y las linternas explotaron simultáneamente, arrojándolos a una oscuridad total y definitiva.
Ahora solo los guiaba el llanto lejano de Felicitas. Su pena era un faro en la locura de Ocampo. Se arrastraron a ciegas, siguiendo el sonido de su lamento, mientras la presencia furiosa de su asesino los cazaba en el laberinto. Sentían su aliento fétido en la nuca, escuchaban sus pasos pesados chapoteando en el agua justo detrás de ellos.
Finalmente, sus manos tocaron algo diferente: escalones de piedra que ascendían. Subieron desesperadamente, empujados por el terror puro, mientras la risa amarga y triunfante de Ocampo retumbaba bajo ellos.
Salieron a través de una reja de hierro oxidada, cayendo sobre la hierba húmeda. Estaban en los jardines de la iglesia de Santa Felicitas. La tormenta había pasado y las primeras luces del alba teñían de gris el cielo. El aire fresco y limpio era un bálsamo para sus pulmones quemados por el miedo.
Nunca volvieron a hablar de lo que pasó esa noche. La tesis de Héctor quedó inconclusa. Había descubierto que los túneles eran reales, pero también que había verdades que ninguna ciencia podía explicar. Bajo la piedra sagrada del templo de Felicitas, su asesino sigue montando guardia, atrapado en un laberinto de su propia furia, esperando a cualquier incauto que se atreva a invadir el oscuro dominio de su odio eterno.
*
Seis meses después, un demacrado Héctor vino a verme a mi consulta y le comenté que, a ambos, el encierro en los sótanos les había potenciado la imaginación hasta sumirlos en un terror profundo, explicándole que no existen los espectros.
Se marchó tranquilo y más tarde, hablé sobre el tema con Karina.
Obviamente, decidimos visitar los túneles de la iglesia de Santa Felicitas, pero esa... es otra historia.
Jorge Raúl Olguín.

CAMINOSi hoy no me ves en tu camino, no es que me olvidé de ti...es que a veces enfrentar los obstáculos me lleva tiempo...
20/08/2025

CAMINO
Si hoy no me ves en tu camino, no es que me olvidé de ti...
es que a veces enfrentar los obstáculos me lleva tiempo extra...
pero pronto estaré a tu lado como siempre.
En los momentos más difíciles de la vida, el carácter se templa y se transforma en la llave sublimada que abre cualquier puerta.
Quienes no me conocen dirán... ¿Sucumbió?
Pero la misma muerte sabe que mi hora no la sabe más que Aquel que me permitió regresar de ella...
y en mi viaje traje lo que no se suele dar...
para poder trabajar en cambiar la realidad.
Kar El.

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14/08/2025

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