Centro de Lingüística Aplicada

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La excitación del poder: una picazón sin alivio. (Tratamiento.)(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)¿Qué hacer con un ...
03/12/2020

La excitación del poder: una picazón sin alivio. (Tratamiento.)
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

¿Qué hacer con un grupo que ha sido creado para llevar adelante una tarea constructiva, pero se ha convertido en una bolsa de gatos peleados por el poder?

En un equipo de fútbol, la tarea es ganar partidos. Para eso se necesita alguien que planifique una estrategia de juego e indique a cada jugador lo que debe hacer para llevarla a cabo. Si el encargado es el director técnico, su misión no debe ser “tener a raya” a los jugadores, sino ayudarlos con sus indicaciones a que se gane el partido. Y si el equipo nota que el director técnico falla como conductor, porque los partidos no se ganan, éste debe estar dispuesto a renunciar.
Pero si el director técnico no renuncia, el equipo buscará otro líder, quizás un jugador con dotes de organización. Peligro: el director técnico y el jugador líder pueden dedicarse a ganar apoyos en el equipo, y olvidarse de que hay que ganar el próximo partido. El equipo puede dividirse, y el partido, perderse por falta de estrategia definida.
En mi artículo anterior analicé los procesos de oxidación que destruyen cualquier grupo (desde un equipo de fútbol hasta la comunidad política). El grupo en cuestión tiene siempre una tarea. Cuando se pone a hacerla, necesita coordinar energías. La coordinación de energías requiere que uno o más miembros ejerzan poder sobre otros: indiquen, aconsejen, organicen, tomen decisiones. Todo va bien mientras se conserven dos condiciones: a) que nadie ejerza poder sobre otro por el placer del poder mismo, sino en función de la tarea; b) que los jefes estén siempre dispuestos a renunciar al mando, si la tarea no funciona, o si los demás no están conformes con ellos.
Cuando un grupo es copado por la “interna” del poder, termina, tarde o temprano, en la muerte.
¿Quién salva al grupo de la muerte? Ninguna de sus facciones: ni “nosotros” ni “ustedes”. Se necesita una tercera persona, que vuelva a instalar a la tarea como objetivo y destrone a los líderes autocráticos.
¿Quién es esa tercera persona? LA LEY.
• La ley del fútbol es que hay que ganar partidos, no luchar para mandar en el equipo.
• La ley de una Asociación de Psicólogos es que hay que ayudar a los pacientes y profundizar el conocimiento científico del área, no competir para ver qué “iluminado” la dirige.
• La ley de un país es su Constitución, y las reglas de juego que están escritas en ella para la distribución del poder, no el caudillaje de ningún ciudadano ni grupo de ciudadanos.
• Una pareja no se rige por quién maltrata o castra a quién, sino por sus acuerdos, y por las leyes vigentes acerca de las sociedades conyugales o afines.
• Un grupo económico no se salva a través de la tiranía de los poderosos y los burócratas, ni a través de una revolución que masacre a los gerentes, sino creando un sistema con intervención de todos, con leyes que favorezcan tanto el esfuerzo individual y la competencia como la distribución del ingreso según las necesidades, y prevean mecanismos para la resolución de conflictos.
Donde veamos una puja por el poder, siempre encontraremos pares que se pelean; pero también, más allá, un tercer miembro de la situación, LA LEY DEL GRUPO, que ha quedado postergada y que tiene escondida la solución del conflicto.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

La excitación del poder: una picazón sin alivio. (Diagnóstico.)(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)Grupos humanos cre...
24/11/2020

La excitación del poder: una picazón sin alivio. (Diagnóstico.)
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

Grupos humanos creados para la vida y el desarrollo se convierten en hervideros de rencillas inútiles, entre ridículas y sangrientas. ¿Por qué?

Vivimos en grupos: pareja, familiares, amigos, compañeros, copropietarios, correligionarios, conciudadanos, invitados al zoom o al whatsapp… Para que cualquiera de esos grupos funcione, cada uno de nosotros aporta tiempo, energía, dinero. Cuando la combinación funciona, sentimos que hemos creado un grupo poderoso.
Y entonces, cada persona del grupo suele ponerse a pensar: “Ahora que estoy en este grupo, yo también debo ser más poderoso. ¿Cuánto poder del grupo tengo en mis manos? ¿Cuánto me gustaría tener?”
Ahí empieza la epidemia: el hambre de poder. No todos se contagian, pero no hay ninguno que sea inmune. Para colmo, el contagio es inconsciente: nadie reconocerá en sí mismo los síntomas; sólo podrá verlos en los demás.
Cualquier miembro del grupo que mire a su alrededor verá que hay en él cierta jerarquía interna. Hay jefes (la vecina del 6°B), y hay personas o grupos que tienen poder sobre cierta zona o actividad (el contador del consorcio, o el que tiene la llave de la pileta). Más atrás, existe un líder máximo del grupo. Es una persona idealizada, cargada de saber y de poder: el Propietario Alfa (quizá, el propietario más antiguo), o, en otros grupos, Papá, el Abuelo, la Ministra, la Encargada, la Doctora A, el Profeta B, el Dios C, el caudillo D, el Capo, la Licenciada X, la Compañera Y, el Comandante Z. Cualquier cosa hecha o dicha por él o en su nombre tiene fuerza de ley. Si ya está mu**to, más todavía.
Todo miembro del grupo comienza a sentir un deseo creciente de acercarse a ese Líder: identificarse con él, ser su representante o, mejor aún, su reencarnación. Un medio de lograrlo es citar sus Palabras (“dijo el Fundador: ‘cinco por ocho, cuarenta’”), como un conjuro que convierta a una voz individual en la Voz suprema. Consecuencia inevitable: cada aspirante a líder tiende a pensar en los demás desde la posición de ese Conductor sublime. Cada uno siente la necesidad de ayudar a los demás, guiarlos, acercarles la palabra del Líder… ¡y darles órdenes en nombre de Él!
Paso siguiente: los miembros del grupo empiezan a competir, a ver quién es más líder y manda más; quién maneja el dinero del grupo, quién escribe la “doctrina” del Líder máximo, quién pone en fila a las personas. Los que no se ven ganadores en la competencia máxima, tratan de asegurarse por lo menos una zona de poder: si no pueden ser generales, por lo menos, desde un puesto de cabo, podrán tener zumbando a cuatro o cinco. Se llega así a enormidades (promulgar una ley, para crear un cargo, para colocar a un pariente, para manejar un presupuesto, para meterse el dinero en el bolsillo) o a ridiculeces (nombrar solista al cantante con peor voz, porque el director tiene miedo de perder brillo si el que canta es el talentoso).
Todos estos desmanes del poderoso, o del aspirante a poderoso, no se curan poniéndole enfrente a otro más poderoso que él, ni tampoco, simplemente, poniendo al mando al oprimido. Es como rascar donde pica: sólo se consigue un ratito de alivio, y más picazón que antes. El oprimido, o el jefe reemplazante, después de un tiempo de liberación, sentirán, sin falta, el deseo de reemplazar al tirano anterior, usando como pretextos, eso sí, la liberación y la igualdad.
¿Cómo desarticular el par opresor-oprimido? Me comprometo a pensar en eso con ustedes en nuestro artículo siguiente.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

Discusión lingüística: a propósito del piropo(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)Quiero participar a todos el estado ...
05/11/2020

Discusión lingüística: a propósito del piropo
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

Quiero participar a todos el estado de un debate que tuvo como punto de partida la crítica del piropo, y no sólo derivó hacia temas candentes y profundos, sino que fue tan polémico como respetuoso.

Mi opinión fue la primera, y luego intervinieron (por orden alfabético) Federico Álvaro, Eduardo Assenato, Cristina Silvia Ballari, Santiago Cardarelli, Juan Martín Carvajal, Meri Cassina, Victoria Cenoz, Flor Fontán, Joaquín Fontán, Guido Glorioso, Alejandra González, Cristina Gutiérrez de Pappalardo, Ana Lowry, Roberto Otero, Coralía Ríos y Nicolás Salituri.
Un debate tiene sentido si amplía el conocimiento que tenemos de un tema. De tres maneras: a) criticando constructivamente lo que dicen los demás: distinguiendo allí lo que consideramos verdadero, dudoso, o falso; b) agregando experiencias e ideas a la conversación; c) lo más importante: descubriendo qué preguntas habría que hacerse sobre el tema, qué es lo que no sabemos y nos ayudaría a comprenderlo.
Mi papel, en este texto, es analizar y sintetizar lo que hemos dicho hasta ahora; es encontrar coincidencias, discrepancias y preguntas clave que puedan hacer avanzar el tema.
Ante todo, varios participantes se alegran de que el tema pueda ser discutido en paz. Parecería que no sólo hay voces que prohíben el piropo, sino incluso discutir sobre él… Ocuparnos del tema es, entonces, luchar por la libertad de preguntar, pensar y hablar, y contra la dictadura del pensamiento único, lo políticamente correcto y las barras bravas de la opinión.
Por un lado, hay un grupo de opiniones que censuran el piropo, cuando es dicho por un hombre a una mujer.
Desde esta posición, el piropo es interpretable por las mujeres como una agresión intencional, ligada a las prácticas de maltrato, violación y as*****to de mujeres por parte de hombres a lo largo de la historia; de la misma forma como, en algunas sociedades, las personas de raza negra conservan actitudes defensivas u ofensivas contra los blancos, aunque sus intercambios actuales puedan ser pacíficos. Los hombres, hoy, empatizando con las víctimas de aquellas heridas históricas, deberían abstenerse de piropear a las mujeres, y no deberían ofenderse cuando éstas rechacen los piropos.
Por otro lado, otras opiniones consideran que el piropo es una práctica social buena y deseable, tanto destinado a las mujeres como a los hombres. Claman por el piropo, porque, lo ven como un halago y una valoración. Rescatan su carácter espontáneo y quizá bienintencionado, que lo hace auténtico. Desde esa óptica, un piropo es mucho más hermoso e intenso que un “me gusta” informático: involucra al cuerpo, es vivo, directo y personal.
Siguiendo esa línea, varias personas sugieren un criterio más profundo. La discusión no es “piropo sí – piropo no”. La cuestión es cómo eliminar la violencia y la dominación, permitiendo al mismo tiempo la expresión espontánea de la admiración y la atracción por el otro. Queremos una sociedad en la que tanto los hombres como las mujeres tengan el mismo acceso al poder y al respeto; eso no se consigue eliminando el piropo, sino creando condiciones económicas y sociales de igualdad y libertad de expresión. La prohibición simple y llana de las expresiones de admiración y atracción no conduce de por sí a valorar a las mujeres; es simplemente represión, pariente del totalitarismo, y regresión a épocas en que las mujeres eran aún más humilladas que hoy.
Un piropo, se afirma, no tiene el carácter criminal de, por ejemplo, una violación. Si consideramos sus extremos, puede ser tanto el preludio de un acoso como un placer compartido: admirar/desear y ser admirado/deseado. O puede estar en cualquier punto más o menos cerca de esos extremos: no deberíamos ser binarios o extremistas en ese terreno. En ese sentido, se señala que, para que un piropo no haga daño, es importante buscar que la edad y condiciones del destinatario no lo conviertan en una víctima: cuidar de que el contexto permita que sea bien recibido.
Nuestro valor, como hombres y como mujeres, parece jugarse en dos planos. Por un lado, en el plano de la igualdad justa de oportunidades sociales, intelectuales y económicas. Por otro lado, en el plano emocional: somos valiosos porque somos capaces de ser queridos. El piropo tiene sentido si es signo de esa valoración emocional, de que somos elegidos como objeto de admiración (“¡ídolo/a!”), afecto (“quedate un rato más, ¿querés?”), amor y atracción sexual (“estoy muerta/o por vos”). Una mujer que goce de igualdad de oportunidades con respecto a los hombres no va a dejar, por eso, de desear que le digan, por ejemplo, que es hermosa. Un hombre con logros económicos, intelectuales o artísticos también será infeliz si nadie le dice palabras de elogio y afecto porque sí, más allá de aquellos logros.
Aquí no terminan nuestras reflexiones. Seguimos preguntándonos (textualmente): “¿Por qué el piropo, que podría ser un halago, se transforma tan fácilmente en una agresión, en nuestro medio?” “¿Será el intento de ser gracioso y original lo que corrompe el piropo, y cambia su intención principal?” “¿Será la inseguridad de quien lo dice, su miedo al rechazo, lo que hace que el piropo empiece por querer halagar y termine insultando?”
La puerta a la discusión respetuosa y libre queda abierta.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

Amor y libertad(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)Muchas veces se imagina el proceso de formación de una pareja como...
16/10/2020

Amor y libertad
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

Muchas veces se imagina el proceso de formación de una pareja como una conquista o una cacería. Y la vida de pareja, como una lucha por quién “lleva la batuta”. ¿Por qué el amor lleva las de perder?

La “despedida de soltero” es una ceremonia en la que se confraterniza con el amigo que “cayó” en la trampa, y se le asegura que el grupo va a estar siempre ahí para apoyarlo, cuando su mujer se vuelva insoportable. Por otro lado, se lo hace blanco de bromas: es el tonto a quien “engancharon” o “pescaron”. Hasta en el contexto ceremonial aparecen expresiones que aluden al poder y la sumisión, como la de los “lazos” del matrimonio. Tiempo después, el vocabulario de la esclavitud se profundiza: “mi señora”, “la patrona”, el “sí, querida”, el “no puedo mañana, por órdenes de la superioridad”, o, simplemente, “pará, que consulto con la bruja, así después no me rompe”. Luego, la añoranza de la libertad, expresada, por ejemplo, en los “viernes de soltero”. Y la reafirmación de la dependencia, la creencia de que uno de los dos es un incapaz y debe ser manejado: “ese tipo anda siempre desprolijo; no sé qué hace la mugrienta de la mujer, que lo manda a la calle con esa ropa”; o al revés: “conversá con el tipo mejor; no con la mujer, que no tiene cerebro; no sé con qué piensa”.
Toda esa red de palabras y símbolos tiende a entorpecer a las parejas, como una colonia de parásitos, y afirma una ley que no tiene nada que ver con el deseo de vivir juntos: “hay que asegurarse el control”. De ahí que entre él y ella se pueda ir colando la violencia, expresada no sólo en gestos, vocabulario, ironías, insultos o golpes, sino también en la manipulación: la combinación entre palo y zanahoria, en la que el s**o, el dinero y las tareas se otorgan a cambio de gestos de sumisión. La noche de placer contra el tapado de visón, el amante oculto contra la comidita caliente y la casa limpia, el “lo que pasa es que vos nunca estás” contra el “salí que estoy viendo el partido”.
Pero nosotros soñamos con lo contrario: una relación en la que, en cada momento, ella y él estén juntos porque lo deciden libremente. ¿Qué condiciones se necesitan para que esto suceda?
La primera, claro está, es que ninguno de ellos necesite, en principio, del otro. Que cada uno sea, por así decirlo, autosustentable: que tenga sus propios medios para, eventualmente, defenderse solo en la vida: educación, contactos, y capacidad para generar dinero para su propio sustento.
Pero con eso no alcanza. Ella y él deben tener, cada uno, un proyecto para sí mismo, además del proyecto de la pareja. La vida no debería agotarse en roles como el de amo de casa, proveedor o cuidador de niños. Si uno de ellos quiere poner en marcha un emprendimiento por su cuenta, o estudiar una carrera, o participar en un grupo político o religioso, o cultivar amistades propias, o encerrarse a escribir, o salir a plantar árboles en las veredas, tiene que poder hacerlo. Siempre pueden encontrarse modos, tiempos y lugares para que puedan coexistir la vida de pareja y la vida individual de cada uno.
De ese modo, él y ella tendrán todos los días la oportunidad de volver a elegirse. No llegarán a la vida en común vacíos y esperando todo del otro, sino llenos de sentido propio, sabiendo un poco mejor quién es cada uno y qué tiene de nuevo para compartir.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

Las parejas que permanecen unidas y felices; ¿cómo son, por dentro?(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)En nuestra cul...
08/10/2020

Las parejas que permanecen unidas y felices; ¿cómo son, por dentro?
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

En nuestra cultura, ya no hay obstáculos: una pareja que se lleva mal puede elegir separarse. Sin embargo, muchas permanecen unidas. Una parte de ellas son, además, felices. Veamos cómo hacen estas últimas para que eso suceda.

Para algunos, que una pareja se separe es un hecho triste pero inevitable; como las fechas de vencimiento, los caprichos de la lotería o los estragos de la vejez.
Mi experiencia como psicólogo dice lo contrario. La separación no es fatal como la muerte. A veces es necesaria, y a veces una segunda pareja tiene una vida mejor que la primera. Pero muchas parejas navegan los años sin mayores problemas de convivencia, o pueden resolverlos.
Tampoco es verdad que una convivencia larga y feliz sólo se logre con aguante y sacrificio. Se logra, sobre todo, porque él y ella encuentran el modo de que la relación fluya y se vaya consolidando de a poco, a medida que encuentra su cauce. ¿Cómo lo hacen?
Lo que sucede es que se dan tiempo, antes de convivir, para observarse. Al principio han estado enamorados de una imagen idealizada del otro. Después intuyeron que el otro tenía condiciones para sostener un proyecto en común. Y fueron estudiándose y haciéndose preguntas y poniéndose a prueba, para ver si el amor se sostenía.
Dos experiencias son cruciales para confirmar si la pareja tiene futuro.
La primera: que la pareja ensaye períodos de convivencia. En ellos, puede que vayan generándose situaciones en las que compartan o construyan algo en común, que generen placer, humor, afecto, alegría, preguntas, confidencias, proyectos. Puede ser, por el contrario, que se encierren en temores y conflictos personales, y los invada el aburrimiento, la insatisfacción, los desencuentros, los silencios indecisos, las miradas huidizas, la parálisis, la falta de creatividad. En el primer caso, los períodos de convivencia se repetirán y prolongarán. En el segundo, se acortarán y extinguirán, y con ellos la pareja naciente.
La segunda experiencia ocurre si la primera tuvo buen resultado. ¿En qué consiste? En lo contrario: poder atravesar juntos períodos de separación, logrando que esos períodos afiancen la pareja en vez de disolverla. Motivos para separarse no faltan: trabajo, viajes, amistades, familias, cuarentenas…
Es entonces cuando se prueba la solidez del vínculo. O bien la separación confirma el amor, porque se recuerdan, se comunican y vuelven a reunirse en cuanto pueden; o bien la separación hace aflorar conflictos que habían quedado reprimidos cuando estaban juntos, y surge el olvido, la preferencia por otras personas, las discusiones cuando se comunican a distancia, la resistencia a volver o el malhumor cuando el otro vuelve.
Hay algo notable en todo este proceso de creación de una pareja. Lo que la hace duradera y feliz es el DESEO de cada uno por el otro. El deseo, es decir, la pasión: una fuerza emocional. Nada más opuesto a los contratos, las obligaciones, y las promesas.
Todos los acuerdos racionales caen si no hay deseo. Deseo: esa cosa que parece inestable, caprichosa, poco confiable. Y sin embargo… Una pareja puede ser una perfecta sociedad conyugal ante la ley, cumplir con todas las normas relativas a fidelidad y buen trato, e inclusive respetar el compromiso mutuo de convivencia. Pero si no hay pasión y ganas de estar juntos, sólo habrá desdicha. Y separación, o real o virtual.
Una pareja unida y feliz después de mucho tiempo es, al fin y al cabo, una pareja en la que todo puede haber cambiado, excepto el hecho de que ella y él todavía se desean. Como al principio.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

Estrategia psicológica: deseo y ojos abiertos.(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)Cuando nos traban los obstáculos, d...
03/10/2020

Estrategia psicológica: deseo y ojos abiertos.
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

Cuando nos traban los obstáculos, de nada nos sirve que pretendan “motivarnos” al grito de “¡Tú puedes!” Lo que necesitamos es pensar, tranquilos, y crear, con ingenio, un estilo personal de resiliencia.

Si miramos nuestra vida desde el punto de vista psicológico, descubriremos que, por debajo de nuestras acciones, se mueve un mundo de deseos.
En cuanto tratamos de satisfacer un deseo, tropezamos con otra parte de nuestro mundo psíquico: nuestra visión de la realidad. Elisa ama a Carlos, pero sucede que Carlos está ya felizmente casado con María, y vive en París; Elisa se ve obligada entonces a mediar, en una negociación entre su deseo y los datos reales: ¿dónde habrá un hombre como Carlos, pero disponible?
La negociación psíquica no termina allí. Otro personaje aparece: la ley. Luis tiene once años y quiere una patineta. Puede sonsacarle el dinero a su madre. Pero ve trabajar a sus padres todo el día, y sabe que la familia es pobre. El deseo y la visión de la realidad han chocado con un obstáculo ético. Luis desea algo, que es posible. Pero quiere evitar hacer mal a sus padres. ¿Cómo encontrar entonces un modo de pagar la patineta que no dañe a nadie?
Los deseos de Elisa y Luis son aspiraciones normales, dentro de un contexto estable.
Pero, en muchos casos, el conflicto entre deseo, realidad y ley sucede en un contexto traumático: marcado por la desgracia.
Joaquín tiene una hija, Claudia, gravemente enferma, y quiere salvarle la vida. Necesita 100.000 dólares, pero no ve eso como un problema real: es el contador de su empresa, y puede sustraerlos. Ahora bien: eso va a dañar a muchos: empresa en quiebra, familias en la calle, jefes traicionados por el hombre a quien habían empleado en tiempos difíciles… Y puede que lo descubran, y termine en la cárcel, desamparando a Claudia y a la familia entera.
El trauma es aquí la enfermedad de Claudia. Para resolver el conflicto, Joaquín necesitará usar y hacer crecer su capacidad de resiliencia.
¿Qué pasos convendrá que siga?
Ante todo, tomará medidas para cuidar su propia salud y capacidad de trabajo, reunirá en torno a sí a todo aquél que pueda ayudarlo, y hará el recuento de sus recursos, económicos y humanos (incluida la ayuda de Claudia misma).
A continuación, Joaquín necesitará poner en claro dos elementos.
Primero, la profundidad real del trauma, para no luchar contra fantasmas: averiguará sobre diagnósticos, tratamientos, profesionales, probabilidades de curación, y costos.
Segundo (aunque suene innecesario y hasta ridículo), deberá aclarar sus deseos, para lo cual probablemente necesite ayuda profesional. Quizá, por ejemplo, descubra en sí un profundo resentimiento inconsciente hacia su empresa, que alimenta su fantasía del robo, le impide ver otras formas de conseguir el dinero, y lo desvía del deseo principal, la salud de Claudia.
Pertrechado y lúcido, Joaquín podrá entonces actuar: juntar fondos emprender los tratamientos. Esas dos acciones no serán escenas de película. Son procesos: paralelos y entrecruzados, graduales, lentos, sembrados de errores e incógnitas. Si Joaquín puede juntar la acción con la paciencia, la situación irá mejorando.
Por fin, la frutilla del postre en un proceso de resiliencia: durante la lucha contra la enfermedad de Claudia, el objetivo no debe ser restituirla a la situación previa a la enfermedad, como si el trauma no hubiera sucedido. Esa enfermedad tendrá secuelas, y la recolección de dinero también. Si tienen el valor de preverlas, pueden crearse incluso secuelas positivas. Aun en la más triste de las posibilidades, Claudia se irá con el menor sufrimiento y llena de amor. Y Joaquín habrá hecho aprendizajes que lo capacitarán para construir nuevamente otros acercamientos a la vida.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

Amigas, amigos: Ya les escribí un texto sobre el tema. Ojalá éste nos sea agradable y útil. A ustedes y a mí.Resiliencia...
25/09/2020

Amigas, amigos: Ya les escribí un texto sobre el tema. Ojalá éste nos sea agradable y útil. A ustedes y a mí.

Resiliencia: ¿cómo se aprende y se cultiva?
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

La resiliencia es la capacidad para hacer frente a los golpes y carencias de nuestra vida; es el ingenio que aprovecha la adversidad para crear cambios, en nosotros y en nuestro mundo.
Pero tenemos que construirla; no es como los dientes, que crecen solos…

La resiliencia no viene “lista para usar”. Empezamos a ejercitarla en el acto de nacer, y a partir de ese momento la vamos modelando.
Antes de nada, aprendemos el primer principio básico: frente a la limitación o al golpe (“trauma”), no hay que quedarse demasiado tiempo quieto, ni durmiendo ni llorando. En la quietud acechan golpes mayores y, en el fondo, la melancolía y la muerte. Al nene que, intentando caminar, se cae, no lo abandonamos: lo consolamos, pero lo colocamos de vuelta en su campo de pruebas, para que se anime a seguir intentando. La respuesta esencial de la resiliencia frente a la adversidad es ocuparse de ella.
Pero no podemos operar con la adversidad a pura fuerza de voluntad individual. Si queremos resiliencia, nuestro segundo principio básico es que tenemos que reunir y combinar recursos para aprenderla.
El náufrago, arrojado a la isla desierta, no busca ante todo salir de allí de una vez. Lo que primero busca es dormir; después, comer y beber; por fin, abrigarse y curar sus heridas. Un insumo básico necesario para la resiliencia es, por lo tanto, que empecemos por cubrir, aunque sea precariamente, nuestras necesidades vitales. Una chica que ha quedado embarazada sin querer no necesita, ante todo, sermones ni leyes que le prohíban o permitan el ab**to; necesita comida, agua y techo, para poder pensar libremente qué hacer.
Otro alimento esencial de nuestra resiliencia es un inteligente amor por nosotros mismos, que nos permita reconocer y usar nuestros recursos personales. Hace unos veinte años me visitó un jugador de fútbol que venía de hacer una carrera brillante en Boca Juniors. Quería que le enseñara oratoria, y así lo hice. Hoy es un reconocido periodista y comentarista deportivo —muchos lectores sabrán ya sobre quién escribo. ¿Qué logró hacer? Una operación de resiliencia. Sabía que su tiempo de jugador se terminaba: se le venía encima una pérdida traumática. En vez de abandonarse a la nostalgia, buscó en sí mismo, y encontró deseo y capacidad para la comunicación. Y enfrentó la pérdida creando en sí mismo una dimensión nueva.
Falta hablar de un material tan necesario como los dos anteriores para construir resiliencia. Nadie aprende a sobreponerse a los golpes si está solo. Necesitamos una red tejida con amigos, parientes, amores, conocidos, espectadores, incluso competidores o adversarios. No sólo para que nos ayuden. También para hablar y pensar la situación adversa; para diferenciarnos frente a ella y combinar nuestras diferencias; para animarnos y entusiasmarnos; para ponerle humor a la catástrofe. La energía que mueve la resiliencia es el amor creativo, el afecto entre quienes reconstruyen algo juntos. Se la conoce desde antiguo —los griegos la llamaban Eros; los romanos, “affectio societatis”—, y hoy la vemos en todos los niveles sociales. Ese cariño social es el que rodea de amigos al abandonado, el que restaura la historia de nuestros antepasados, el que tiende manos a un discapacitado, o el que organiza a un pueblo para combatir a un gobierno tiránico.
Necesidades básicas cubiertas, descubrimiento de nuestros propios recursos, comunicación y trabajo en común. Con esos materiales, la resiliencia crea sus soluciones.
¿Cómo manejar esos materiales en nuestro interior, para que el proceso de la resiliencia sea cada vez más pleno y creativo? De eso me ocuparé en un artículo próximo.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

Resiliencia: Cómo reconstruirme ante la adversidad (blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)¿Cómo llegó Borges, ciego, a s...
14/09/2020

Resiliencia: Cómo reconstruirme ante la adversidad
(blog, en www.jesuslopez-celiap.com.ar)

¿Cómo llegó Borges, ciego, a ser uno de nuestros más grandes escritores? ¿Cómo pudo el físico Steven Hawking luchar 55 años con una parálisis progresiva, mientras descifraba la historia del Universo? ¿Cómo lograré yo reconstruirme y crecer a pesar de privaciones y catástrofes?

Ser resiliente (“resiliens”) significaba, para los romanos, ser capaz de rebotar.
Así usaron la palabra los físicos modernos: un objeto es más o menos “resiliente” si, cuando es deformado por una presión que lo comprime, puede luego recobrar su forma, tamaño y demás características. Si pateamos una pelota, por ejemplo, cambiará de forma, tamaño y temperatura, pero recobrará enseguida su estructura de antes y podremos seguir pateándola.
Pero no todas las cosas tienen la misma resiliencia que una pelota. Si pateamos una maceta con una plantita de azaleas, la maceta podrá quebrarse, y la plantita, un ser vivo como nosotros…, morir.
¿Cómo vivimos nosotros la resiliencia?
Podemos recibir patadas, como la pelota; pero, enfrentamos agresiones mayores: el hambre, la pobreza, la guerra, el contagio, el desastre ecológico, la mala suerte. Además, recibimos golpes psíquicos: pérdidas, abandonos, frustraciones, maltratos, abusos, calumnias, humillaciones, o la convivencia con las patologías psicológicas de otras personas.
También nos golpean ciertos cambios que no podemos prever, ni evitar: algunos son biológicos, como el nacimiento o la vejez; otros culturales, como la emigración, la opresión política o la discriminación.
Todos esos golpes y carencias tienen un nombre común: son “traumas” (en griego, “heridas”).
Esteban, un veterano de la guerra de Malvinas, me narra que era tal el hambre y la sed de los soldados, que se lanzaban a beber en cuatro patas de cualquier charco, y se veían forzados a comer carne de oveja en descomposición; en el caso de Esteban, la resiliencia supera un hecho traumático. En los casos de Jorge Luis Borges y Stephen Hawking, que citamos al principio, la resiliencia ayuda a desarrollar y conservar las capacidades de una persona a pesar de un trauma permanente o creciente: la enfermedad.
La resiliencia será, entonces, la capacidad para recobrarnos de un trauma. Gracias a ella lograremos dos cosas: a) luchar contra el trauma, hasta convertirlo en algo menos dañino o incluso beneficioso; b) aprovechar el trauma para introducir cambios en nosotros mismos, de forma que podamos crear y hacer aprendizajes.
Es posible que la resiliencia nos sea insuficiente. O que una persona, queriendo superar un trauma, termine complicando su situación. El hombre que pierde a la mujer amada en un accidente puede terminar asesinando al dueño del vehículo agresor, o buscar el olvido a través de alguna adicción, o manejar su auto en forma riesgosa buscando inconscientemente la muerte.
¿Cómo hacer para aumentar nuestra capacidad de resiliencia? Voy a detallar ese tema en un artículo próximo. Pero, por ahora, tengamos algo en claro: frente a un golpe o a una limitación, sentiremos dos impulsos opuestos.
De un lado, el deseo de luchar y “salir adelante”, rebotar.
Del lado contrario, el desánimo, la tentación de rendirnos, la ilusión de que “no queda otra” que darnos por vencidos. Es ahí donde está el peligro.
Si queremos incrementar nuestra resiliencia, el primer ejercicio será detectar en nosotros mismos esas ganas de “tirar la toalla”, de considerarnos víctimas de la adversidad, sin recursos. Se nos ocurrirán mil razones para achicarnos: que la pandemia, que la edad, que no es momento, que no tengo dinero, que me han abandonado, que estoy demasiado triste… Que ninguna de ellas nos engañe. Todos somos creativos. Siempre hay caminos para rodear los obstáculos, para conseguir metas intermedias, para construir lo que no tenemos.

Psicólogo clínico y de Instituciones. Talleres de Escritura y Oratoria. Asesor Pedagógico. Director del Centro de Lingüistica Aplicada (CELIAP).

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