Tanto nuestros pacientes como quienes oficiamos de psiquiatras y psicoterapeutas integrativos podremos vincular la palabra terapéutica con la neuroplasticidad, esta última con los cambios cromatínicos, y de allí viajaremos hacia la memoria y el aprendizaje de nuevos estilos de vida. Y ese cambio en el ambioma, otra vez, y de forma circular, nos pondrá en las vías del cambio permanente. Espiritual y biológico. La epigenética es el interlocutor del ambiente con la genética. Es lo que explica la acción del estilo de vida sobre los genes. Las enfermedades se deberían entonces a alteraciones genéticas y epigenéticas. Creíamos hasta ahora, que nuestros padres y abuelos simplemente nos pasaban sus genes. Que las experiencias que habían acopiado en sus vidas no se adquirían y se inutilizaban perpetuamente. Porque confiábamos en que los genes se transmitían inalterables de generación en generación. Sin modificaciones. Sin tocar el núcleo celular inmaculado. No habíamos arribado al conocimiento de la epigenómica. De las epimutaciones. Sin embargo, hoy sabemos que el aire que respiraron nuestros abuelos, el agua que bebieron o el ambiente psicosocial en el que vivieron pudieron afectar también a sus descendientes, incluso décadas después. Los factores externos pueden influir en el complejo entramado de interruptores que hace falta conectar y desconectar para dar lugar, por ejemplo, al desarrollo de un cáncer. No se trata por tanto únicamente de qué genes heredamos o no de nuestros padres, sino de si están ‘encendidos’ o ‘apagados’ a través de interruptores epigenéticos.