12/10/2022
El recorrido de este libro, escrito a seis manos, intenta desbrozar algunas respuestas a la pregunta que lo encauza: ¿qué posibilidades hay de vivir la pulsión? Luego de la lectura singular que un análisis propone para cada caso, ¿qué sucede con los puntos de fijación del goce y sus marcas, huellas o escrituras cuando son tomadas como indicador del deseo en juego?
El lector no se encontrará con “conceptos del goce de la obra de Jacques Lacan”, siempre más o menos encriptados, o como comentario de aforismos ya establecidos. Por el contrario, podrá seguir los cauces que son testimonio de una modalidad de trasmisión que apunta, a través del sesgo, aproximarse a lo que se quiere decir. Un decir que funciona como precipitado de una experiencia de psicoanálisis y de la práctica, tan actual como cotidiana de los autores. Esta opción por una escritura en común, anudada al deseo de psicoanálisis y al campo que éste puede apostar a producir, permite que algún decir pase y relance así, una vez más, la pregunta de ¿quién habla?
La doble acepción de la palabra cauce es apropiada para convidar a la lectura de este libro. Cauce como lecho en el que el goce hace su trayecto, pero también cauce como medio o procedimiento para algo. En la primera acepción, encontramos la pregunta por el síntoma, el cuerpo y el goce. En la segunda, nos aproximamos a la cuestión, siempre en proceso de trabajo, sobre el recorrido de cada análisis. En-causar los cauces de esa fuerza constante no es cosa que se haga de un día para el otro. Cuando alguien consulta por su padecimiento, ya testimonia de ese cauce del cual poco sa-be, aunque se sepa su rehén.
Acoger esa demanda y ofertar el dispositivo freudiano a partir de la regla fundamental es la puerta de entrada del análisis, esto es: que se diga de los cauces de eso que Lacan, después de Freud, llamará campo lacaniano. Si algo indican los cauces del goce es lo que quedó, paradójicamente, represado y movilizado por el estrecho lecho de los síntomas, que no son nada más que la respuesta a lo que se interpretó de la heteridad del Otro, aquello que Lacan formalizó con su noción de fantasma fundamental.