17/05/2025
Las Bacanales representan las fiestas sacras de adoración al dios griego Dionisio, Baco para los romanos. Estas celebraciones han sido representadas en los frisos de la Villa de Pompeya, donde se emula el momento de iniciación de una joven dispuesta a ingresar en los misterios báquicos.
La secuencia que muestra el friso presenta, en un primer momento, mujeres en la preparación de la ceremonia y la novicia que será consagrada. Un sileno toca la lira, una ménade sostiene un cabrito y una mujer aparece ya poseída por el furor báquico. En la siguiente escena, se ven a tres seguidores de Dionisio profetizando y adivinando a través de una vasija de agua. Junto a ellos se encuentra Dionisio y su esposa Ariadna. Luego sigue al cuadro propio de la iniciación, donde la joven levanta un velo que oculta, tras de sí, un falo, mientras es flagelada por un daimon alado de aspecto femenino por haber osado a develarlo. Finalmente, se la ve danzando en estado de éxtasis y cierra el ciclo la solemne imagen de una mujer cubierta, vestida, esposa del dios.
El demonio antiguo azota a quien tiene el coraje de develar y mirar más allá de lo especular , volviendo a cubrir lo revelado rápidamente. Pero una vez que se conoce que hay detrás, ya nada es igual, ya no hay vuelta atrás, es un camino que no se puede desandar; es la lucha, el punto de quiebre del Saber contra la Ignorancia.
En la tradición griega Dionisio no está solo a la hora de ejercer su influencia, tanto en el arte como en las interpretaciones de la realidad. De manera antagónica se presenta Apolo.
Apolo, dios adivinador, cuya belleza y mirada fascinaba a su pueblo; joven, hermoso desde su origen, es apariencia radiante de la luz reinando sobre mundos de imaginación. Su despliegue sobre la imagen, sobre lo imaginario, lo ilusorio, brinda las sendas a las manifestaciones y escenarios más vividos en donde se desarrolla la comedia humana. Apolo le da al hombre las bases para el arte, la creación; en la imaginación despliega el cristal por donde la mirada se acerca al mundo, a la vida, volviéndola digna y posible de ser vivida.
Pero una frágil y delgada línea separa al ensueño de transformarse y enmascararse con el antifaz de la realidad más plena y ser concebida como tal.
“Como un pescador en una barca, tranquilo y lleno de confianza en su frágil embarcación, en medio de un mar desencadenado, que sin límites ni obstáculos eleva y abate al hombre “individuo” en medio de un mundo de dolores, donde permanece impasible y sereno apoyado con confianza en el principium individuationis, en cuyos gestos y miradas nos describe toda la alegría y sabiduría de la apariencia, al mismo tiempo que su belleza” (Shopenhauer. El mundo como voluntad y represantación I).
Solo que cierto halo de sospecha invade al espíritu del hombre curioso, disconforme, que ante la beatitud de la imagen y la buena forma, siente un fuego que se consume a sí mismo le hace de lumbre al juego de sombras del Mundo Sensible.
Dionisio en sus festividades quiebra el Velo que aprisiona al hombre-individuo, reconciliándolo con su más íntima esencia a través del olvido de sí mismo.
Los dos dioses son complementarios. Uno nos muestras, desde sus pupilas, donde vernos vivos; el otro nos advierte del peligro y nocivo de la infatuación de la imagen y representarla. Ahora sabiendo podemos dar lugar a nuestro deseo, el cual construirá la ley de nuestro camino, dejando atrás sombras de sombras que se mueven al compás de las flamas de un fuego fatuo.
Bacanales es una elección que marca un antes y después; un punto de quiebre que posibilita el despliegue y realización del sujeto, tal nuestro nombre.
