
22/07/2025
La bicicleta de Diana
Una historia de movilidad, esfuerzo y estructura social
En el sur de Rosario, entre calles de tierra y galpones de trabajo manual, una mujer pedaleaba todos los días más de 30 cuadras. Llevaba a su hijo al entrenamiento de fútbol. Él se sentaba en el cuadro de una bicicleta vieja, sin canasto ni asiento. Ella, con los brazos marcados por el carbón que embolsaba para vivir, lo llevaba. Y volvía. Y lo volvía a buscar. Todos los días.
Esa mujer era Diana Hernández, la madre de Ángel Di María.
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Durante años, esa bicicleta fue mucho más que un vehículo: fue la herramienta concreta que hizo posible una carrera deportiva. Fue el canal por el que se desplazaba un sueño. Y también, la muestra silenciosa de lo que muchas veces se necesita para acceder a una oportunidad en Argentina: esfuerzo extremo, sacrificio invisible y cuerpos que empujan lo que las estructuras no garantizan.
Porque la movilidad es eso: una condición material que define trayectorias. No es solo un medio para ir de A a B. Es la diferencia entre estar o no estar. Entre poder llegar o quedarse al margen.
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Y sin embargo, nos cuesta verla como tal.
Celebramos el mérito individual, la historia de superación. Pero nos olvidamos de la red de condiciones necesarias para que el mérito tenga sentido. ¿Qué pasa con quienes no tienen bicicleta, ni madre que pedalee, ni calles seguras por donde pasar?
En barrios donde no hay tren, ni bondi, ni bicisenda, moverse es una hazaña cotidiana. Y eso condiciona la educación, el trabajo, la salud… y también el deporte.
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Hoy Di María es campeón del mundo. Pero su historia —si la miramos bien— nos dice algo más profundo que “con esfuerzo todo se puede”. Nos dice que sin movilidad no hay acceso, y que sin acceso no hay justicia.
Por eso más allá de las medallas y los goles, siempre que recuerdo esta historia pienso:
Quizás sin esa bicicleta no seríamos campeones del mundo.