
18/08/2025
Dos frases que parecen simples, pero que contienen una radiografía de lo que significa crecer en un contexto de encierro. El día apagado antes de empezar no es solo un horario rígido: es la anulación de la posibilidad de elegir, de decidir, de construir sentido. El enojo sin nombre no es un problema individual: es la reacción natural de una subjetividad que se siente vigilada, despojada y atrapada en rutinas que no transforman, solo controlan.
Si los espacios de encierro siguen produciendo jóvenes que sienten que no tienen motivos para encender el día, debemos preguntarnos seriamente qué eficacia real tienen estas prácticas. ¿De qué sirve un sistema que apaga más de lo que enciende? ¿Qué estamos construyendo cuando lo único que logramos es multiplicar el enojo, la frustración y la sensación de vacío?
Estas palabras no nos invitan a la compasión ingenua, sino a la revisión crítica. Nos obligan a reconocer que, mientras sigamos reproduciendo dispositivos centrados en la disciplina y el castigo, estaremos reforzando aquello que decimos querer prevenir.
Escucharles debería ser el primer paso para transformar un sistema que, en lugar de apagar, tenga la responsabilidad de encender.