
23/12/2024
“Cuando lo veo ahí sentado, siento que el aire se vuelve denso, como si el tiempo retrocediera y volviera a ser esa nena chiquita, atrapada, sin poder escapar. No importa cuánto intente distraerme con las luces del arbolito o las risas de mis primos, mi mirada siempre termina encontrándolo. Está sentado como si nada, como si no hubiera hecho nada, y a veces pienso que quizás él realmente cree que lo que me hizo no importa.
Pero para mí, verlo ahí lo revive todo. Su risa me lleva de vuelta a esas noches de silencio donde mi único refugio era quedarme quieta, esperando que ese momento terminara. El olor del asado me recuerda al olor que tenía cuando se acercaba demasiado. Las imágenes llegan sin que yo pueda detenerlas: su sombra en la puerta, el peso de su mano, su voz susurrándome que no dijera nada. De que transgredió el último de los límites: mi cuerpo. A qué me redujo? Qué hago con esta sensación?
Lo peor es que nadie sabe. Nadie en esa mesa tiene idea de lo que pasó. Para ellos, él es solo un hombre amable, el que ayuda a servir el vino y cuenta anécdotas de la familia. Y yo me pregunto cómo reaccionarían si supieran la verdad. Me aterra pensar que no me creerían, que cuestionarían por qué nunca lo dije antes.
Así que me quedo en silencio, fingiendo que todo está bien. Pero no lo está. Su presencia lo arruina todo. Es como si el pasado estuviera sentado junto a mí, recordándome lo que hizo, diciéndome que nunca podré escapar de esto. Cada sonrisa suya es un golpe, cada palabra suya un eco de lo que me susurraba entonces.
Intento no mirarlo, pero no puedo evitarlo. Y cuando nuestras miradas se cruzan, siento que sabe. Sabe que tengo miedo, que no voy a hablar, y eso me paraliza. Pero también sé que algún día, aunque no sea esta Navidad, encontraré el valor. Porque mi silencio no significa que no merezca justicia. Solo significa que estoy buscando el momento en el que mi miedo pese menos que mi verdad.”