22/10/2025
Esta concentración fue distinta. En todas suele primar la alegría, la broma que hace catarsis en una risa contagiosa que libera tanta angustia acumulada por todo lo que atraviesa a cada persona que se encuentra allí reunida.
Pero esta vez fue diferente: escuchamos más historias entre lágrimas. Mamás, papás, personas con discapacidad pidiendo ser escuchadas, vistas, tenidas en cuenta. Profesionales que aman lo que hacen y que, con la voz entrecortada, explican lo insostenible que se ha vuelto continuar con su trabajo. No por falta de vocación, amor o compromiso, sino porque ya no se puede sostener una familia con ingresos tan bajos.
Vimos abrazos y sollozos. Mamás unidas en lágrimas. Personas con discapacidad con la voz pintada de pena, pidiendo a gritos que no cierren sus espacios. Y lejos de dar lastima, lo que queremos es pedir una tregua: que nos escuchen, que se no se vulneren los derechos, que se cumpla la convención, que no se pierda la humanidad.
Podés ser vos, tu hijito, tu hermana, tus viejos...No debería hacer falta vivirlo en carne propia para empatizar: hablamos de seres humanos pidiendo ser escuchados por otros seres humanos.
No podemos permitir que se pierdan los derechos que nos permiten vivir, que sostienen la dignidad y la calidad de vida de tantas personas.
Esto no genera déficit fiscal.
Esto es un derecho humano, y está siendo cruelmente vulnerado.