El Refugio Del Angel en las Sierras Chicas

El Refugio Del Angel en las Sierras Chicas Centro de actividades Holísticas dedicado a atención de personas y animales y a la formación de Terapeutas de diferentes disciplinas, en Sierras de Córdoba.

01/08/2025
Sabías que por PRIMERA VEZ, estamos criando una generación con una EXPECTATIVA DE VIDA MENOR QUE LA DE SUS PADRES?Si, as...
31/07/2025

Sabías que por PRIMERA VEZ, estamos criando una generación con una EXPECTATIVA DE VIDA MENOR QUE LA DE SUS PADRES?
Si, así es. Histórico, Pero reversible.
Infórmate!!

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26/07/2025

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Sencillo...
22/07/2025

Sencillo...

El Perdón, nos libera..
21/07/2025

El Perdón, nos libera..

“EL HOMBRE QUE ANOTABA A QUIÉN HABÍA PERDONADO”

No llevaba cuentas del dinero. No llevaba agendas con citas. No anotaba recetas ni teléfonos. Sólo nombres.

En un cuaderno negro, sin título ni portada, don Eladio tenía una lista: los nombres de las personas a las que había perdonado.

No lo hacía por religión, ni por terapia. Lo hacía porque había aprendido que el rencor pesa demasiado si lo cargas sin orden. Y porque sabía que si no lo escribía, algún día se le olvidarían los nombres y volvería a odiarlos por inercia.

Cada vez que lograba soltar un resentimiento, anotaba un nombre. Sin detalles. Sin explicaciones. Sólo el nombre y la fecha. Como si fuera un acta.

Estaba su hermano mayor, que le había robado una herencia. Un vecino que le rompió la mandíbula en una riña de borrachos. Su exmujer, que se fue sin decir adiós. Un amigo de la infancia que le quitó el crédito de un trabajo. Y también estaba su propio nombre, porque un día decidió perdonarse por haber perdido tanto tiempo en cosas que ya no importaban.

La lista no era corta.

A veces tardaba meses en agregar un nombre nuevo.

Había nombres tachados, porque a veces el perdón se le rompía y tenía que empezar de nuevo.

Pero seguía escribiendo, con letra firme, sin ceremonias.

Cuando alguien le preguntaba por qué lo hacía, respondía sin vueltas:

—Porque el odio se recicla solo. El perdón hay que recordarlo.

Y eso, en el fondo, era su manera de quedarse ligero antes de irse.

Porque el cuerpo muere una vez.

Pero hay gente que se pudre en vida por cargar rencores que ya no hacen falta.

Don Eladio eligió escribirlos para que no lo siguieran hasta el último día.

— Relato registrado por Hernán Cruz, cronista de los que limpian el corazón con papel y tinta.

Pequeños gestos que pueden cambiar el mundo!Sin ninguna duda 💜
21/07/2025

Pequeños gestos que pueden cambiar el mundo!
Sin ninguna duda 💜

“NADIE LE HABLABA EN LA ESCUELA… HASTA QUE EMPEZÓ A DIBUJAR SONRISAS EN LAS BORRACHAS DEL BAÑO”

A Camila le decían “la rara”.

Tenía 13 años y pasaba los recreos sola, en un rincón del patio.

No sabía hablar de maquillaje, ni de modas, ni de TikTok.
Le gustaba dibujar.

Llevaba siempre un cuaderno con hojas dobladas y lápices gastados.
A veces dibujaba personas que ya no veía.
Otras veces, inventaba mundos donde nadie la señalaba con el dedo.

Un día, mientras estaba en el baño de la escuela, notó algo:

En la puerta del cubículo había insultos escritos con marcador.
Palabras feas.
De esas que duelen aunque uno no quiera leerlas.

Camila no dijo nada.
Pero al día siguiente, trajo un plumón negro en el bolsillo.

Y en cada puerta, donde había un insulto, dibujó una carita feliz chiquita.

Abajo escribió:

“Si hoy no puedes con todo, empieza con respirar.”

Al día siguiente, alguien tachó el insulto de otra puerta.
En su lugar, Camila dibujó una flor.

Y escribió:

“Aquí también caben los que no encajan.”

Sin decirlo, empezó un ritual.

Cada vez que encontraba una frase cruel, la tapaba con un dibujo.
Un corazón, un árbol, un gato dormido, un sol.

No firmaba.
No pedía permiso.

Solo lo hacía.

Pronto, otras chicas comenzaron a hacer lo mismo.

Las puertas del baño, que antes eran un muro de insultos, se llenaron de frases pequeñas:

“Respira.”
“Te quiero aunque no te conozca.”
“Si hoy lloras, mañana floreces.”

Los maestros se dieron cuenta.

Pensaron en borrarlo todo.
Pero decidieron dejarlo.

Porque por primera vez en mucho tiempo, el baño de la escuela se había vuelto un lugar seguro.

Un lugar donde alguien, sin querer fama, estaba sembrando ternura en las paredes.

Camila nunca contó que era ella.
No hacía falta.

Un día, una compañera que siempre la ignoraba se le acercó y le dijo:

—“¿Me enseñas a dibujar como tú?”

Camila sonrió.
Sacó un lápiz.
Y comenzó.

La historia se supo cuando una maestra subió fotos a redes.

Se hizo viral.

Miles de personas comentaron:

“Ojalá todas las escuelas tuvieran una niña que borra insultos… con dibujos de amor.”

Hoy, en esa secundaria, las puertas del baño son un mural de pequeños gestos anónimos.

Y Camila, sin dejar de ser “la rara”, se convirtió en algo más importante:

La que cambió el rincón más triste de la escuela… en un refugio para los que no quieren rendirse.

Sabiduría!A veces, solo se necesita una silla, donde descansar un rato el corazón...
21/07/2025

Sabiduría!
A veces, solo se necesita una silla, donde descansar un rato el corazón...

“PONÍA UNA SILLA EN LA PUERTA DE SU CASA… PARA LOS QUE NECESITABAN DESCANSAR DEL MUNDO”

Don Esteban tenía 82 años.

Vivía solo, en una calle de barrio donde todos pasaban apurados.
Autos, motos, celulares, prisas.

Pero él no.

Cada mañana sacaba una silla y la ponía frente a su casa.
La dejaba justo al lado de la puerta, al sol si hacía frío, a la sombra si hacía calor.

Nunca se sentaba en ella.

La dejaba vacía, con un cartel de cartón que decía:

“Si el mundo pesa mucho, siéntate un rato. No tienes que decir nada.”

Al principio, nadie se detenía.

La gente creía que era una broma, o un gesto raro de un viejo que ya no tiene mucho que hacer.

Pero un día, una mujer se sentó.

Llevaba lágrimas en los ojos y una mochila rota.

Don Esteban no le preguntó por qué lloraba.

Solo le sirvió un vaso de agua y se sentó en otra silla, al lado, sin hablar.

Después vino un joven que salía del hospital.
Después un niño al que se le había roto el juguete.
Después un hombre que acababa de perder su trabajo.

Poco a poco, la silla se fue llenando de historias.

De silencios compartidos.
De respiraciones profundas.
De pausas necesarias.

La gente empezó a entender: no era una silla.
Era un refugio momentáneo.

Alguien subió una foto a redes.

La imagen de la silla vacía, con el cartel sencillo, se hizo viral.

Miles de personas compartieron el mensaje:

“No siempre necesitas un psicólogo, ni un medicamento.
A veces solo necesitas un lugar donde el mundo deje de correr.”

Hoy, la silla sigue ahí.

A veces la usan.
A veces no.
Pero Don Esteban la pone cada día, sin faltar uno.

Cuando le preguntan por qué lo hace, responde sonriendo:

—“Porque yo ya no corro.
Pero sé lo que es estar cansado.
Y si puedo regalar un descanso, aunque sea de cinco minutos… ya hice algo por alguien.”

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