03/05/2025
El Jardín de las Sombras
Había una vez un jardín antiguo, lleno de árboles, flores y senderos que parecían saber más de lo que decían. Entre sus ramas, susurraban historias del pasado. Pero en un rincón, había una zona donde nada crecía. Era un círculo de tierra seca, cubierto por una sombra que nunca se movía.
Cada tanto, nacía en el jardín un nuevo árbol, joven y luminoso. Pero si crecía cerca de ese rincón, sus hojas se marchitaban, sus frutos no maduraban. Los demás árboles no entendían por qué.
Un día, el árbol más joven, decidió acercarse. Quería ofrecer su agua y su sol al círculo estéril. “Si yo doy lo que tengo, tal vez la tierra se sane”, pensó. Y así lo hizo. Envió sus raíces hacia abajo, hondo, hondo, hasta tocar la sombra misma.
Al hacerlo, comenzó a secarse. Su savia se hizo pesada, sus ramas se torcieron. “Estoy reparando el error”, se decía, aunque no sabía cuál.
Al anochecer, llegó el Viento Viejo, que conocía todas las historias del jardín.
—¿Por qué entregas tu vida a esa sombra, pequeño árbol? —preguntó.
—Alguien aquí ha hecho daño. Yo lo siento. Tal vez si yo sufro solo un poco más, todo se equilibre.
El Viento sopló con ternura y dijo:
—Lo que pasó no es tuyo. Esa sombra guarda una antigua herida, un árbol que quitó más de lo que dio. Pero no se sana con más pérdida. Solo necesita que alguien lo vea… y lo recuerde.
El árbol joven recordó entonces una antigua historia que alguna vez oyó, un cuento de miedo y olvido, de dolor y pérdida. Se retiró lentamente, y dejó caer una hoja dorada sobre la tierra seca.
—Ahora veo tu dolor, dijo, pensando en aquel árbol antiguo. Lo que pasó, pasó. Yo tomo mi lugar y respeto el tuyo.
La sombra pareció moverse un poco. Y con el pasar de los días, por primera vez, una pequeña flor brotó en el círculo olvidado.