14/07/2025
Domingos. Y el arte de acompañarse.
Los domingos suelen ser tristes.
Suelen ser grises, largos, silenciosos.
Suelen ser días en que cuesta más.
La soledad, en domingo, a veces duele más.
No es casualidad que sea uno de los días con mayor índice de suicidios.
En domingo no hay trabajo, no hay escuela, no hay agenda que distraiga.
El afuera se calma… y el adentro hace ruido.
Por eso los domingos muchas personas escriben, llaman, buscan con quién hablar.
Porque incluso las personas más sociables, a veces también están solas.
Y esa soledad, si no la comprendemos, puede volverse inmensa.
Como acompañante terapéutico, lo veo seguido:
esa necesidad urgente de no estar solos,
esa sensación de vacío cuando no hay nadie,
y a la vez, ese potencial profundo que hay cuando aprendemos a estar con nosotros mismos.
Por eso hace un tiempo tomé una decisión que quiero compartir:
empecé a invitarme a cenar los domingos.
A cenar conmigo. A charlar conmigo.
A preguntarme cómo estoy. Qué sentí en la semana.
Qué necesito. Qué me gustaría cambiar. Qué quiero agradecer.
Empecé a escribirme. A anotarme. A planearme.
Y no hablo solo de hábitos:
hablo de un gesto de cuidado hacia mí mismo.
Un acto terapéutico, cotidiano, sin pretensión, pero muy poderoso.
Porque acompañar no es solo estar con otros.
También es aprender a estar con uno.
Los domingos suelo responder muchos mensajes.
Tal vez no los respondí el viernes o el sábado porque estuve ocupado, pero el domingo me hago el tiempo.
Porque sé que ese día puede pesar más, y a veces, unas palabras pueden hacer la diferencia.
Es mi forma de estar, de acompañar, de decir: “no estás solo”.
Pero ahora también quiero invitarte a algo más:
Invitate a cenar los domingos.
No para llenar el silencio.
Sino para habitarlo.
Para hacerte lugar.
Para acompañarte vos.
Quizás, cuando aprendemos a estar con nosotros mismos,
la soledad deja de ser amenaza y se vuelve espacio de creación.
Y entonces…
los domingos dejan de ser tristes.
Y pasan a ser sagrados.