08/07/2022
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Anorexia & bulimia.
Uno puede ser un bebé, de pocos meses, y rechazar todo alimento, toda ingesta, toda interferencia. Es como si fuera más peligroso comer que tomar algo. Todo sucede como si el bebé anoréxico se tomara la teoría psicoanalítica al pie de la letra. Al igual que ella, sospecha que este pecho, esta leche, transmite algo más que un beneficio alimentario: una pasión, un odio, una angustia... En esta dieta, se vuelve paradójicamente vital no tragar nada más. En esta primera etapa, cuando la psique del niño y la del adulto aún se distinguen mal, la curación puede producirse «milagrosamente»: si un oído escucha la angustia materna, el circuito alimentario se restablece espontáneamente.
La anorexia infantil no perdona a los varones, especialmente en el momento del destete; pero la de la adolescencia o la edad adulta pertenece casi siempre al género femenino. Esto es parte de su enigma. «Anorexia» en plural sería más exacto, ya que el síndrome aparece en cuadros psicopatológicos muy diversos, desde la neurosis histérica hasta las formas psicóticas más graves. La gente a veces muere de anorexia.
Se culpa a la moda y a su exigencia de delgadez, pero la anorexia está descrita desde hace siglos (por ejemplo, por Avicena en el siglo XI), aunque la imagen femenina era todo curvas. La forma histérica es la menos peligrosa; es inseparable de representaciones sexuales inaceptables que han migrado de abajo hacia arriba, de un asco que se ha trasladado de la zona ge***al a la zona oral. La forma más espantosa anticipa la pubertad, la retrasa, la impide: detención del crecimiento, amenorrea, delgadez diáfana... Todo ello acompañado de una negación de la enfermedad, de un orgullo por la delgadez (senos diminutos, cadera estrecha y nalgas minúsculas) de un desafío al entorno. La anorexia y la bulimia van y vienen con frecuencia, al igual que las prácticas que conllevan: vómitos, laxantes, etcétera. Las anoréxicas tienen su santa, Catalina de Siena, que continuó su lucha contra el cuerpo hasta la muerte. Es difícil encontrar un ejemplo más fuerte de la violencia de la psique, de su extremismo.
«Yo hago mi anorexia con mi madre», dice uno de ellos. Las angustias de intrusión y separación vinculadas a las primeras relaciones madre-hija dominan el cuadro, aunque la «fantasía incestuosa» asocie a menudo al padre con el síntoma. El enigma de la feminidad permanece. Angustia narcisista de intrusión que amenaza las fronteras del Yo, angustia libidinal de penetración que hace del otro un violador (el coito les resulta una agresión y regularmente resultan ser frígidaz), los registros se confunden, como si, en la anoréxica, la feminidad hubiera permanecido primitiva, en la imagen de un allanamiento; por lo tanto todas las «entradas» deben mantenerse cerradas.
—[ Jacques André ]—