07/08/2023
Irene Amuchástegui- –Los viejos milongueros de los que aprendiste, como Antonio Todaro o Carlos Estevez “Petróleo”, ¿eran espontáneamente generosos? ¿O tuviste que vencer muchas reservas?
Miguel Ángel Zotto–Todaro, si te quería, te daba todo. “Petróleo” era una maravilla. Tenía una sabiduría increíble. Por suerte lo filmé y además guardé sus escritos, papeles con fechas de quién y cuándo inventó cada paso, datos de cómo iba cambiando el baile. Su evocación del café Febo, de Jonte y Boyacá, donde paraban los grandes bailarines detango, “cita obligada de hombres de la danza”, como cuenta él. Petróleo era un fenómeno con una cabeza increíble. ¡En los años 30 le dio un premio a María Ruanova en una milonga! Claro, él era empleado del Banco Provincia, que era sponsor del Teatro Colón, y como el banco necesitaba ocupar el palco que tenían, se lo ofrecían a Carlitos. Y él, que era un apasionado de la música y la danza, iba a ver todo. La primera vez que me puse a hablar con Petróleo, sería por el año 81, yo estaba aprendiendo con Rodolfo Dinzel y ya era un poco la mano derecha de “Cacho”. Y Petróleo me dijo: “En Buenos Aires hay dos maestros: Antonio Todaro y Grassi ‘El Pibe del Abasto’. Del resto, olvidate. –¿Alcanzaste a verlo bailar?
–Petróleo nació en 1911, empezó a bailar en el 1921 y los vio bailar a todos: al Mocho, al Cachafaz. Y yo lo vi bailar a él. De grande. Pero igual era un fenómeno. Hacía traspiés con las dos piernas con una velocidad increíble, y ya era un hombre mayor. Además, era maravilloso escucharlo. Te hablaba de la teoría de la danza, te hablaba de Rafael “el Príncipe de la Raspada”. ¿Sabés qué es “la raspada”?
–¿Qué es?
–La “raspada”, que hoy le llaman “el fosforito”, es ese círculo que –cuando girás sobre un pie– dibujás sobre el piso con el pie que te queda libre, que se inventó cuando empezaron con los giros y por ahí perdían un poco el equilibrio, como para apoyarse. Yo digo que “San Rafael” nos salvó a todos, porque no hay un bailarín hoy en día que no pase por “la raspadita” para cambiar la dirección del giro… Hace más de 30 años le dije a Petróleo: “Carlitos, ya se está creando una confusión muy grande con la enseñanza, ¿no cree que tenemos que codificar la danza?”.
–¿Y Petróleo qué respondió?
–Hizo un silencio largo y me dijo: “Es muy difícil”. Y ahí se puso a hablar del ocho, dijo: “Es un movimiento que no se usa más y, sin embargo, es el pilar, si nos pusiéramos de acuerdo con el ocho…”. El ocho es cuando uno gira la cintura, de adelante y de atrás. Con el tiempo empecé a darme cuenta hasta qué punto el ocho es la base del tango. Y fijate que lo hace la mujer. No lo hace el hombre.
–¿Cómo ves que evolucionó esa codificación de la enseñanza? –-----Incorporamos cosas. Primero fue Juan Carlos Copes quien codificó una parte importante para la coreografía de escenario, en eso fue el creador absoluto. Pero después de Copes, el cambio que implicó la incorporación de lo popular al aprendizaje, se debe a Tango x 2 y al maestro Antonio Todaro. Eso creó una nueva forma. Más adelante llegó lo que en su momento se conoció como “tango nuevo”, que es ese movimiento más distanciado, más libre. Esa libertad permitió que los jóvenes pudieran expresarse, cada uno en su lugar o con un abrazo más distante, y disfrutar con distintas músicas el movimiento. Sirvió muchísimo. Pero ya está quedando un poco de lado: para la gente, en definitiva, lo más atractivo del tango es el abrazo. Si te alejás de eso, te alejás de lo que le está pasando a la otra persona.
–¿Te referís a una conexión personal?
–Me refiero a que la gente necesita el abrazo para entenderse en el baile social. A una señora que no bailó en su vida y empieza a los 60, la tenés que llevar en su eje, contenerla con el abrazo y lo demás es caminar. Si se compró los zapatos y pagó las lecciones toda la semana, que llegue el fin de semana y pueda bailar. Creo que eso es lo que falta. Simplificar la historia. Esa es una búsqueda que quiero hacer. Y darle un poco más de alegría al movimiento, que la gente se divierta más. Me gustaría que la gente bailara más. Que en un cumpleaños de 15, por ejemplo, con un ochito, en el medio de la fiesta, un pibe se pueda bailar un tango. ¿Por qué no se puede hacer?
–En definitiva, ¿estás a favor de simplificar el baile de salón?
–Exacto. Hay que facilitar las cosas. Si no, el hombre va a una clase y no retorna, se toma el raje porque le complican la cabeza. En cambio, si vos le decís: “Mirá, hermano, aprendé a marcar el ocho, mantenete en tu equilibrio, caminá normalmente como en la vida y listo, podés bailar”, es otra cosa. Pero la complicaron. Y si la complicás, la gente no vuelve.
Tangoterapeuta en Accion , plan de trabajo
Lilian Noemi Maron
Encuentro Tango