10/05/2025
—¡Mamá! Me saqué 19 en matemáticas.
—¿Y por qué no 20?
Amanda tenía 13 años cuando entendió que, en su casa, alegrarse demasiado era peligroso.
No importaba cuánto se esforzara,
cuánto ayudara,
cuánto cuidara a sus hermanos mientras su madre trabajaba hasta tarde…
Siempre había algo más que debía hacer.
Algo que faltaba.
Algo que la hacía “casi” buena.
Amanda no lo sabía entonces,
pero estaba empezando a vivir una batalla silenciosa:
la de sentirse insuficiente… incluso cuando daba todo.
A los 15, ganó el concurso de ciencias del colegio.
Volvió a casa con el diploma arrugado por tanto abrazarlo.
Pero su madre solo preguntó:
—¿Cuántos concursaron?
Y con esa frase, le borró la victoria.
Cada palabra que no se dijo.
Cada abrazo que no llegó.
Cada comparación disfrazada de consejo…
Se fueron acumulando como piedras en una mochila que Amanda cargaba sin protestar.
No era rebelde.
No alzaba la voz.
Solo aprendió a callarse y exigirse más.
Dormía poco.
Se enfermaba seguido.
Y sonreía en todas las fotos familiares.
Pero por dentro, vivía con una herida que nadie veía:
la herida de no sentirse amada… solo evaluada.
Apenas cumplió la mayoría de edad se fue.
Sin portazos.
Sin insultos.
Solo se fue.
Porque a veces, marcharse es la única forma de sobrevivir.
Consiguió una beca en otra ciudad.
Estudió.
Trabajó.
Sanó.
Aprendió a quererse sin pedir permiso.
A aplaudirse aunque nadie lo hiciera.
A entender que su valor no dependía de un número, ni de una opinión,
sino de su propia voz.
Pasaron los años.
En una videollamada fría, su madre le dijo:
—No entiendo por qué te alejaste tanto.
Amanda respiró.
No para hablar desde el rencor…
sino desde la verdad que había tardado años en encontrar.
—Porque cada vez que intenté acercarme, fuiste tú quien me empujó lejos.
Hay palabras que no dejan moretones… pero rompen por dentro.
Hay miradas que no gritan… pero apagan.
A veces, por querer que nuestros hijos sean lo mejor,
nos olvidamos de decirles que son valiosos.
No basta con exigir.
También hay que abrazar.
No basta con corregir.
También hay que celebrar.
Porque quien crece creyendo que nunca es suficiente…
termina huyendo de donde más quería quedarse.
Y todo por no haber escuchado a tiempo una sola frase:
“Estoy orgullosa de ti.”