31/08/2025
Un estudiante le preguntó una vez a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella el primer signo de civilización en una cultura antigua.
Esperaba escuchar algo sobre anzuelos, piedras talladas o cerámica. Pero Mead respondió con algo distinto, casi desconcertante:
— El primer signo de civilización es un fémur roto... y curado.
Explicó que en el reino animal, una fractura de este tipo equivale a una sentencia de muerte. Una pata rota significa no poder huir de los depredadores, no poder buscar agua ni alimento. Quien la sufre se convierte en presa.
Ningún animal sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso sane.
En cambio, cuando los arqueólogos encuentran un fémur humano roto y luego soldado, significa algo más que hueso y cicatriz: es prueba de que alguien se quedó. Alguien llevó al herido a un lugar seguro, lo alimentó, lo cuidó, lo protegió hasta que volvió a caminar.
Para Mead, ese gesto lo cambia todo. No son las herramientas ni los objetos lo que marca el inicio de la civilización. Es la decisión de cuidar al otro.
Ese primer hueso soldado es el testimonio silencioso de la compasión, del sacrificio y de la comunidad.
«Ayudar a otros a superar las dificultades —dijo Mead— es el punto de partida de la civilización. La civilización es la ayuda mutua.»