10/09/2023
Me fagocita la nostalgia. Me devora. Muerde mi corazón y la piel de las palmas de mis manos. La casa de mi madre y la sombra de lo que ha sido. El silencio. El ruido exacto de las puertas al cerrar.
El ronquido del fluorescente cuando arranca. Nos dijeron que cuando ese tubo circular se consuma, no hay más repuestos. Las plantas que sobreviven a la ausencia de mi padre. El pedazo de cielo del patio que estaba al alcance de los dedos y ahora está tan lejos. La sombra de un paraíso que ya no existe. El vaivén de la hamaca naranja que ya es chatarra y se pudre en algún baldío. Mi madre con los pasos lentos, perdida su ligereza de ciervo. Su voz que ya no grita mi nombre, lo susurra con una ternura que es nueva en su garganta. La conciencia del tiempo es una trampa y caigo en ella, la lluvia de la arena constante me raspa el alma entera.
Esa sensación conocida. Esa tristeza de noches oscuras y música a lo lejos. Recuerdos de lugares a los que jamás volveremos. Gente que amamos y nos amó, que quedaron en el olvido. La certeza de que un mundo donde fuimos felices llegó a su final.
Tomar el volante, la ruta y la determinación de no volver, de no mirar atrás.
Saber que hay momentos así. Decisiones erradas, caminos que no debimos tomar, atajos que no sirvieron.
La muerte rondando siempre y la nostalgia atroz de una casa que guarda a alguien que fuimos y ya no existe.
Sentir el desamor, y ensayar el desapego como la única manera de salir ilesos de una tempestad que se repite y nos deja en la orilla oscura de un mar. Desear la huida, la distancia, un desierto de por medio por mucho tiempo. Casi para siempre.
Trampas
Marcela Alluz