31/05/2024
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Testimonio en Carne viva.
Cayetano Cajg y el in****no de la adicción al juego: por deudas perdió el departamento de su abuela
El periodista habla de su ludopatía en el libro No va más.
Nunca hice el cálculo, pero supongo que habré perdido el valor de unos… tres departamentos, ponele”, piensa en voz alta el periodista deportivo Nicolás Cajg.
Conocido como Cayetano, en estos días acaba de publicar un libro titulado No va más en el que cuenta su nefasta experiencia por su adicción al juego.
Empezó con apuestas en un bar de Villa Crespo en el que se juntaba con amigos. Ganaba y perdía. Con esos amigos después frecuentaba casinos: el de Puerto Madero o alguno de la costa. Llegaron a irse a Mar del Plata solo para apostar. Y se volvían con los bolsillos vacíos.
“Después llegaron las apuestas deportivas”, dice. “Que son las que te arruinan de verdad”, agrega. Y desbarrancó. El quiebre, cuenta, fue la pérdida de un departamento en el barrio de Villa Crespo heredado de su abuela, sobreviviente de Auschwitz.
“Es tremenda la culpa que me da eso”, suelta. Todavía no recuerda si lo tasaron en 60 u 80 mil dólares. Lo que no olvida es que llegó a deber la misma cantidad que valía la propiedad. Así que en vez de ponerlo a la venta entregó las llaves a su acreedor. Y chau.
Ahí tocó fondo. Hasta entonces se escondía en baños para apostar a través del teléfono durante reuniones familiares. O almorzaba con una novia que le hablaba mientras él estaba en otra: en el resultado del Liverpool de Inglaterra o el de Gimnasia y Esgrima La Plata.
Cuando apostaba en casinos, le preocupaba que lo reconocieran. Su nivel de exposición no lo ayudaba. O si trabajaba en el programa de radio, no estaba del todo en el programa de radio. Estaba en el resultado deportivo. Vóley en China o fútbol en Chile, daba lo mismo.
Por el juego perdió parejas. Una de ellas le recriminó que le haya ocultado su adicción y cortó la relación. Así que, cuando tocó fondo, juntó a su familia en el departamento heredado y les contó todo. “Lloré, lloramos juntos”, le aclara a Viva.
“Mi viejo se puso un poco al mando de la negociación con el tipo. Él quería que pagáramos la deuda en cuotas. Yo quería saldar la deuda lo antes posible y para eso había que entregar el departamento. Lo único que quería era empezar de cero. Necesitaba sacarme de encima esa presión, esa angustia. Ni siquiera lo vendí. Entregué las llaves y listo.”
Sus padres tomaron la posta de su vida. Empezaron por administrarle el dinero. Su madre le pagaba las cuentas y le daba una cantidad necesaria como para sobrellevar gastos indispensables. Dieron de baja sus cuentas bancarias y cortaron sus tarjetas de crédito.
También borraron de sus agendas los nombres y números de teléfonos de los levantadores de apuestas. Fue, literalmente, empezar de nuevo. “Como si fuera un nene”, suspira: “Agradezco la familia que me tocó”.
Su vida continuó en Jugadores Anónimos. “Hoy no juego”, le enseñaron como mantra. Mañana, quién sabe. Siempre es hoy. “Me costó muchísimo: pensaba que no iba a poder. Pero un día me di cuenta de que lo había logrado.”
Pasaron seis, siete u ocho años sin jugar. Y se puso a escribir un libro. Acá va una casualidad que a él, a Cayetano, le provoca algo que no sabe definir, pero que le hace pensar que el libro tenía que ser escrito por Mauro Libertella, quien finalmente lo escribió en base a entrevistas que le hizo durante meses.
“Se dio una historia loca con Mauro. Yo estudiaba Literatura con una profesora que falleció en la pandemia. Cuando emprendí este proyecto de libro, Hernán Casciari (su editor) me propuso que lo escribiese Mauro Libertella, a quien no conocía. Me pareció que estaba bueno, porque no soy escritor, pero que lo hiciera en primera persona. El tema es que Mauro conocía mi historia. Ahí está lo raro: mi maestra era la madre de Mauro, la escritora Tamara Kamenszain, y yo no lo sabía. Esa casualidad fue un indicio de que el libro tenía que escribirlo Mauro.”
“Es muy duro lo que me enseña este libro. Cuando lo emprendimos, tenía más que ver con una inquietud personal de contar mi historia y ayudar a quienes pasaban por algo similar. Pero tuvo una repercusión desmesurada. Por redes sociales me escriben personas con el mismo problema. El otro día me escribió por Instagram una señora para contarme que iba a comprar mi libro porque su hijo se suicidó por deudas de juego. Me emocioné. No sabía qué responderle. No tengo respuestas”, suelta Cayetano.
Define a la adicción al juego como “silenciosa”, pero advierte que entre quienes juegan hay síntomas para reconocerse: “Un día almorzaba con un deportista y me di cuenta de que estaba apostando porque miraba permanentemente un partido que no le interesaba a nadie. Miraba el teléfono, iba al baño, estaba tenso. Los reconozco porque estuve ahí. Le pregunté, me dijo que no, pero le insistí y me dijo que sí”.
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