05/05/2025
No sé estar donde no puedo confiar.
Mi cuerpo necesita sentirse seguro, mi sistema necesita acariciar la confianza de poder relajarse. El cuerpo todo el tiempo está escaneando: escanea la realidad, escanea cómo impacta en mi. Si esa realidad, ese encuentro o esa relación no me genera confianza, entonces me alerto, me pongo a la defensiva, se activa aquella parte que se siente en peligro. Tenso, contraigo, des-confío.
Y eso cansa, desgasta. Estar en relaciones o espacios donde la confianza no se hace presente nos consume lentamente.
Es cierto que a confiar se aprende, pero para eso necesitamos espacios seguros donde la confianza sea un valor, un refugio, una prioridad. Donde el ecosistema favorezca su aparición, la haga sentir bienvenida, le sirva un poco de te y la reciba con una linda conversación.
Cuando no puedo confiar en mí también me voy, a otra parte, a buscar eso que no encuentro dentro, con el deseo infantil de que algo o alguien me de eso que no puedo ver en mi. Salgo a buscar refugios ajenos, desestimando mi propio paisaje. Entonces recuerdo, yo soy ese lugar seguro, yo soy ese espacio que quiere aprender a confiar. Y entonces hago el primer gesto: el de quedarme y elegir nutrir la fuerza de la confianza. Una fuerza, que se elige, se alimenta y se sostiene. La llamo entre susurros y le voy enseñando a mi cuerpo a relajarse en nuestra fuerza interior, y cuando fortalezco mi conexión, la confianza se mueve libremente decorando cada rincón y llenando de potencia mi interior.
Sofia Villalonga