23/06/2025
De Bentham a Elon Musk
Ficciones, perversiones y depresión.
Por Max Vecchio 22-6-25
I. De lo útil a lo deseable
Jeremy Bentham sintetizó la moral del capitalismo naciente con una fórmula simple: "todo lo que es útil, está bien". Bajo esa lógica, el sistema industrial del siglo XIX justificó la explotación en nombre del progreso. El sufrimiento obrero era el costo de la utilidad general.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, el capitalismo muta: ya no se trata de producir lo útil, sino de generar deseo. Como mostró Jean Baudrillard (La sociedad de consumo, 1970), el mercado ya no se organiza para satisfacer necesidades, sino para producir objetos que las inventen. La utilidad es reemplazada por el consumo, y el consumo por el imperativo de g***r.
Este giro también transforma al sujeto. Ya no se le pide obediencia, sino creatividad; no se lo disciplina, se lo estimula. Pero el fondo es el mismo: rendimiento. El discurso capitalista "funciona sin freno". No reconoce la castración. Promete que todo es posible, que todo se puede. El sujeto queda atrapado en una lógica maníaca: siempre más, siempre mejor, siempre ahora.
II. Musk como resultado del mayo francés del 68.
Elon Musk encarna esta transformación. No como anomalía, sino como figura paradigmática. Tiene más de catorce hijos, una escuela propia donde decide los contenidos (nada de música, nada de lenguas extranjeras), y una narrativa de omnipotencia que convierte su vida en espectáculo. Musk no es sólo un empresario: es una forma de sujeto. Una figura extrema del self-made man, heredero paradójico del sueño libertario del '68.
Como señaló Slavoj Žižek (El espinoso sujeto), el capitalismo absorbó las banderas del 68: libertad, creatividad, deseo. Pero les dio vuelta el sentido. Hoy, la libertad es autoexplotación; la creatividad, productividad; el deseo, compulsión. Musk no es el traidor del 68: es su consecuencia.
III. El capital sin patrón
Uber cristaliza esta lógica: todos tienen su auto, todos son su propia empresa, todos son libres .El sujeto capitalista es simultáneamente patrón y esclavo de sí mismo.En este contexto, lo que se pierde son las ficciones necesarias de las que hablaba Bentham: el padre, Dios, la ley, el límite. Lacan las retoma como nombres que sostienen la estructura del deseo. Su caída deja al sujeto a merced del superyó: "¡Rendí! ¡Producí! ¡Gozá!". Sin corte, el deseo se disuelve en goce mortífero.
IV. Clínica del colapso: depresión
Esta mutación del discurso social impacta de lleno en la clínica. Como dice Jacques-Alain Miller, el analista contemporáneo ya no escucha al neurótico clásico, sino a un sujeto desorientado, a veces sin división, a veces sin palabra. El discurso capitalista produce un sujeto que no se queja del padre, sino que no tiene con quién quejarse. Un sujeto sin anclaje, sin Otro consistente.
El discurso capitalista funciona maníacamente: "¡Más producción!". Todo parece posible, siempre que uno se esfuerce. Pero no se trata del esfuerzo en el saber, sino de un esfuerzo productivo, cuantificable. El saber se compra. El sentido se alquila.
Los estudios epidemiológicos muestran un aumento alarmante de las disforias. La hipomanía —su forma activa— también es frecuente. Cuando ya no es posible sostener la euforia, el sujeto cae en la depresión. El colapso no es fracaso, sino consecuencia lógica. Como decía Lacan: "La angustia es el afecto que no engaña". Y en su forma contemporánea, la depresión es angustia muda.
Los hijos de la ciencia, son psicóticos. Hoy podríamos decir: son disfóricos, inhibidos, sin deseo, o con un goce sin bordes. En muchos casos, el paciente que llega al consultorio no habla desde la neurosis clásica, sino desde un punto de fusión entre la falta en el sujeto y la falta en el Otro. Allí donde antes había división subjetiva, hoy hay identificación con un vacío sin mediación.
Para el psicoanalista esto le impone una maniobra crucial: separar la falta subjetiva de la inconsistencia del Otro. Si esa operación no se logra, el sujeto queda atrapado en una doble caída: no sólo está deprimido, sino que su depresión no tiene sentido. Y cuando el sufrimiento no encuentra inscripción simbólica, no hay posibilidad de trabajo, ni de transformación.
V. Del síntoma al corte: una clínica del límite
Las primeras explicaciones de la depresión estaban ligadas a la subjetividad de la época de Freud, marcada por los grandes ideales del siglo XX. El síntoma freudiano era expresión de un conflicto entre deseo e ideal. Hoy, el ideal se ha desvanecido, y el síntoma aparece desanudado, sin metáfora, sin narración.
Por eso, la dirección de la cura no puede apuntar simplemente a interpretar, sino a construir condiciones para que el sujeto reencuentre un borde. Una forma de corte. Una ficción necesaria. El síntoma puede funcionar como esa ficción: no como algo a eliminar, sino como una brújula, una ley propia. Recordemos que la Inhibición, el síntoma y la angustia son formas del Nombre-Del-Padre.
Donde no hay ley, el cuerpo cae. Donde no hay palabra, hay inhibición. Donde no hay deseo, hay compulsión al goce. Y donde no hay corte, hay colapso.Volver al síntoma no es un gesto conservador: es una apuesta subversiva. Porque el síntoma, cuando se lee, cuando se nombra, cuando se construye, puede volver a ser un lugar para el sujeto. Un lugar donde el deseo tenga derecho a existir, sin tener que rendir.
Bibliografía:
• Baudrillard, J. (1970). La sociedad de consumo. Siglo XXI.
• Bentham, J. (1789). Introducción a los principios de la moral y la legislación.
• Freud, S. (1917). Duelo y melancolía.
• Lacan, J. (1962-1963). Seminario 10:
• Lacan, J. (1969-1970). Seminario 17
• Lacan, J. (1974). Televisión. Manantial.
• Miller, J.-A. (2004). El partenaire-síntoma. Paidós.
• Žižek, S. (1999). El espinoso sujeto. Fondo de Cultura Económica.
• Laurent, É. (2011). “La interpretación y el uso del síntoma”. Scilicet 3.