28/08/2016
Ezequiel Cavallero:
¡Hola hola! Gracias a todes por la hermosa jornada de ayer. Les recuerdo que pueden mandarme sus escritos de tarea en respuesta al ejercicio de la caja, y les dejo la consigna: En la casa hay una caja, que algunos pudieron ver, cuyo contenido es un misterio. La caja en sí no importa, pero lo de adentro sí. Sobre eso hay que escribir. Un texto breve, una poesía, un ensayo, un fragmento, un pensamiento ¿una danza, un dibujo, una canción, una pintura? El martes 13 de setiembre develaremos el contenido de la caja. ¡Vale participar aunque no hayan estado! Y los que no quieran enviarme sus textos por privado o al mail (que es mi nombre y mi apellido como aparece acá, pero todo junto y sin espacios .com, pero no lo escribo para evitar el spam) también pueden hacerlos públicos comentando esto.
Por otro lado Acá les dejo el resultado del juego “La rueda de la fortuna." que hicimos para dar una pequeña muestra de los talleres de Tarot y de Producción Poética.
Acomodé algunas cosas para darle coherencia, cambié el orden de alguna carta y localicé la historia en Rosario. También se podría nombrar a los personajes de otra forma (el papa se transformó en el obispo, el diablo en narcotraficante) pero esto no lo hice tanto. Es que después del disparador inicial viene el trabajo de escribir: Embellecer, dar sentido y coherencia, ordenar. De eso me hice un poco cargo, como coordinador del juego... También elegí un título. Que la disfruten, ¡la escribimos entre todos!
El bastardo.
Al comienzo presentamos al no protagonista de la historia, que decidió irse y no aparecer más. Supuestamente no sale en el relato ni tiene que ver con el juego. Se fue y decidió quedarse a solas con sus pensamientos y sus locuras, y no compartirlas con nadie. Se volvió un ermitaño huraño.
La historia comienza con tres hermanos que se encuentran en una discusión a la hora de recibir una herencia. No sabían cómo repartirla, ya que uno de ellos era bastardo.
El bastardo se enojó mucho con los otros dos hermanos y les prendió fuego la torre donde estaba viviendo, y ambos tuvieron que escapar con sus manos vacías.
La noticia llegó a oídos del obispo, que cuando se enteró de lo sucedido sintió que debía poner orden a este desastre natural, y decidió ir en busca del bastardo para enjuiciarlo por este crimen que había cometido.
El menor de los hermanos, el bastardo, era cocinero, pero tuvo que dejar sus utensilios atrás, entre las cenizas del edificio que decidió quemar. Huyó hacia el parque Independencia jurando una mayor venganza, pero no sabiendo si realmente iba a realizarla.
Más tarde el mayor de los hermanos se juntó con el del medio y entre ambos urdieron un plan para asesinar al menor. Sentían que era un riesgo dejarlo vivir para vengarse cuando fuera más grande.
A pesar de los esfuerzos del obispo para impedirlo, el bastardo se convirtió en un gran comerciante del parque, volviéndose líder del sindicato de carribares gracias a la prosperidad de su negocio, y huyó con su propio carro de comida rápida a otro barrio.
Con el tiempo, el bastardo sintió que había construido un pequeño imperio. Dejó de importarle el pasado junto a sus hermanos: Sólo se contemplaba en el reflejo de su oro. Se dio cuenta que ese oro tenía un brillo lunar y deseó con todas sus fuerzas poner sus pies en ese extraño lugar.
La madre de los hermanos había sido internada en un geriátrico que se pagaba con parte del dinero de la herencia. Se la pasaba deprimida, telefonenado a sus amigas, con la amarga sensación de la disputa entre sus hijos que nunca la visitaban, y esto le traía algunas consecuencias a su salud.
Lo que no sabía el bastardo, una vez que creyó superada la historia con sus hermanos, era que tarde o temprano él mismo iba a morir, y con él su imperio de carribares. Lo descubrió cuando le diagnosticaron una enfermedad terminal: Su viaje a la luna, sería imposible. Iba a tener que poner los pies en otro lado.
En ese momento un narcotraficante del barrio donde el bastardo llevaba su negocio apareció en su casa: Parecía venir del inframundo. Le ofreció crear una sociedad para fortalecer ambos negocios. Ante su negativa, comenzó una lucha por el territorio. El narco intentó asesinarlo varias veces, pero sus intentos nunca daban resultados. Decidió enfrentarlo el mismo, pero el bastardo, prevenido, logró defenderse: Asesinó al narcotraficante.
En un lugar muy lejano, el ermitaño del principio sonrió en el sótano del geriátrico donde la madre de los hermanos seguía llorando, y hablando por teléfono en voz alta comunicaba (y sin saberlo, le comunicaba) los pocos detalles de la vida de sus hijos, que el ermitaño escribía.
El bastardo no encontró motivos para seguir impulsando ningún imperio, así que lo dejó en suspenso, colgado: que todo corriera según su propio curso.
Él se enamoró de la mujer del narcotraficante, y ella de él. Abandonó definitivamente su negocio, dejó de lado el sindicalismo y se dedicó a que se cuidaran mutuamente, haciéndose cargo de los hijos del mu**to. Esta mujer equilibró las aguas emocionales del bastardo. Sus palabras lo conmovían en lo más profundo de su corazón. Una noche le dijo: “Si bien las estrellas tienen diferentes colores siguen siendo estrellas. Y todas son la misma.”
A su vez ella recordó su infancia en el campo. Todos coinciden en que a pesar de su aparente falta de protagonismo, su negocio de sombreros los mantuvo con las comodidades que necesitaban. Era una tienda especialmente recordada por un enorme gato que dormía en la vidriera, entre los sombreros exhibidos.
Resueltos los conflictos con el narcotraficante, y alcanzada cierta paz en la madurez de sus días, el bastardo convocó a sus hermanos a reunirse. Éstos desconfiaban de él, así que le propusieron acordar un juramento para vivir los tres en armonía, y dividirse finalmente la herencia que había pertenecido a los tres.
El bastardo y su mujer tuvieron una hija que estudió trabajo social. La carrera la llevó a trabajar en el territorio; y así fue como siguió, de alguna manera, la lucha contra el narcotráfico que su padre, de forma aparentemente casual, había emprendido.
Después de tantas palabras el ermitaño, ya anciano, finalmente volvió. Recopiló detalles sobre la muerte del narcotraficante y las vidas del bastardo y sus hermanos. Entonces publicó el libro, una intensa investigación periodística, que firmó con el apellido secreto del bastardo: Era el padre.
Años después, una descendiente de este clan de hermanos se enteraría de la historia gracias a ese libro. Ella se sintió acongojada por el cuento, pero a su vez se sintió parte. Y conocer su historia transformó su vida.
Esta historia tiene una moraleja: La fortuna es el destino que cada uno elije. Se puede ser diablo, mal o buen hermano, pero la vida sigue y todo se transforma. Incluso nosotros mismos.
Así es como todo tiene que ver con todo, y un círculo de personas puede contar una historia, aún sin conocerse, de principio a fin. Colorín colorado...