08/09/2024
Su boca...Jorgelina E Jorgelina E Rodriguez Liñán
De su boca salió un pájaro oscuro. Lo siguió con su mirada, se posó en un árbol.
Decía de éste que tenía el equilibrio justo.
Había bebido su savia, recorrido sus sueños pequeños, y sus ramas se tejieron como caminos bien delimitados, constantes, sin miedos.
¿Ser hombre? ¿Con qué objetivo? Son las respuestas que intenta discernir el hombre que hace justicia (ése es su verdadero nombre), de quien salen pájaros de la boca.
Ser hombre para tener derecho a pensarse, a reinventarse; a torcerse y a enderezarse con o sin tormentas.
El hombre que hace justicia sólo se siente en paz en su bosque, con sus árboles que encierran vidas soportadas en sus contornos, ¿fantasmas que lo conocen más que cualquier otro ser?
El bosque ha sido herencia paterna, encontrándose en las afueras de Madrid. Realizaba allí sus primeros experimentos psiquiátricos con un grupo de médicos del hospital que investigaban la esencia de la mente.
Pensaba que cada uno de sus cien árboles era un alma atrapada.
El cuerpo se le figuraba tronco, la sangre verde, las ramas brazos y piernas; las hojas y frutos, los sueños encarcelados. La raíz, el magnífico cordón umbilical que los une a la tierra.
Un alma atrapada en un árbol está condenada a contemplar sin ser vista. A guardar secretos sin poder contar los propios. Son almas sentenciadas a la perennidad, a amaneceres furiosos, a revólveres de lluvias, a juegos fastidiosos de luces y sombras.
Los árboles del bosque de N (así lo llamaremos) no crecen por igual. Él conoce por sus antepasados celtas que el árbol es el elemento en la naturaleza que permite la integración de los tres mundos. Las raíces se encaminan al mundo subterráneo, el tronco, mundo terrestre ligado al hombre y su accionar y el cielo donde se dirigen las copas. Existe un alfabeto arbóreo que N descifra.
Según N, la estatura de los árboles, los follajes tupidos o raquíticos, los troncos firmes o flexibles y quebradizos; dependen únicamente del espíritu que encierran. Por su sensibilidad (la de N, que siempre es exacerbada), él conoce de árboles (almas) retorcidos, amigables, enfermos, feroces, resignados, amables.
Sabía que existieron, existen y existirán hombres y mujeres que carecen de espíritu. Cumplen un ciclo biológico (nacen, descubren algo que llaman amor, se reproducen, mueren), sin ponerse a pensar jamás o sólo circunstancialmente en el sentido de sus vidas. Son como relojes cuyas agujas deben partir del doce y llegar al doce dando un círculo.
Sólo que el reloj es una máquina que no piensa y está diseñada para ello, y el hombre que se hace máquina deja de pensar para qué está diseñado