24/09/2025
86 años de la muerte de Sigmund Freud
Hermoso y tremendo
“Este mes fue infinitamente largo e infinitamente doloroso. En la última carta te he informado al respecto. Una inyección de Schur ahuyentó en aquel momento la muerte, y así tuvo que morir viviendo y sabiéndolo ante nuestros ojos. Querido mío, no puedo contártelo con detalles, te dolería demasiado. Solo quiero escribirte las pocas cosas bellas. Hasta el último momento, en las pocas horas, al final, minutos del día que el sueño o los dolores no lo arrebataban, fue él mismo en su plenitud. Indescriptiblemente amable y cariñoso hacia cada uno de nosotros, con una paciencia conmovedora para tolerar y comunicando con agradecimiento cada alivio del dolor, por más breve que fuera, con brillo en los ojos. Tenía tantas ganas de seguir viviendo mientras existió una chispa de esperanza de que podría superar la enfermedad. Lo maravilloso de los cuidados de Annerl no fue su sacrificio (en las últimas semanas perdió totalmente la costumbre de dormir) ni la ejemplaridad natural en ella de su obra. Lo maravilloso es que él no la vio nunca de otra manera que no fuera con una expresión feliz en su rostro. Siempre, en la habitación del enfermo (las últimas 4 semanas estuvo acostado abajo en su habitación, en una cama, con las puertas abiertas con vista al jardín), siempre en la habitación del enfermo reinó un ambiente tranquilo, ameno, directamente confortable.
Quizá la felicidad, que realmente era la expresión constante en el rostro de Annerl, era la explicación de lo que para mí es incomprensible en él: que, sin mencionarlo jamás con una sola palabra, aceptó el sacrificio de Anna, que casi lindaba con la autodestrucción.
Yo le pregunté, y ella me confirmó lo que suponía: que nunca le dijo ni de día ni de noche una palabra de agradecimiento. ¿Quizá siguió siendo, incluso tomando como vara esta obra tal vez sin parangón, siguió siendo él el que daba?
Solo cuando el viernes a la mañana, cuando por primera vez se hizo imprescindible darle morfina y el médico nos dijo que ahora ya no recuperaría nunca la conciencia y que él, el médico, tampoco podía permitir que eso sucediera, ahí Annerl lloró por primera vez. La muerte fue un alivio, no tan amargo como la representación de la disolución que precedió a esa hora. Todos sus hijos y Robert y yo y el doctor Schur y la doctora Stross estuvimos de viernes a la mañana hasta el sábado hacia la medianoche con él. A mamá y a la tía las mandamos arriba cuando el viernes a la noche se quedaron dormidas sentadas en la silla. Solo Annerl y yo no nos acostamos nunca. Durmió durante 40 horas respirando tranquilo. El corazón siempre quería seguir latiendo. Finalmente se hizo silencio, poco antes de la medianoche.
Volvimos a subir la cama, y su habitación con tu silla, donde a veces permanecí sentada en estas noches, se encuentra otra vez como antes. Solo que terriblemente vacía.”
Fragmento de una carta de Lucie Freud
a “Grockchen” (es decir, Felix Augenfeld) del 2/10/1939
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