29/07/2020
"Tengo un truco para estar comunicada...necesito ver a quién me habla..."
Interesante para reflexionar en época de barbijos!!!
Las dificultades que relata la periodista Verónica Sukaczer son las mismas que las de miles de argentinos con problemas de audición que se valen de la lectura labial.
Esta cuarentena sigue sin implementar en la atención al público una disposición o al menos la sugerencia de que se utilicen barbijos con transparencias significando un contundente portazo en la cara para cualquiera de ellos: ...AFUERA!!!!
"... tengo un solo truco para estar comunicada con el mundo: necesito ver a quien me habla. Soy hipoacúsica y si bien con un audífono en mi único oído más o menos viable escucho las voces, para comprender tengo que apoyarme en la lectura labial.
Me dedico al periodismo y a la literatura, pura palabra y puro escuchar al otro...
a menos que llegue a perder la audición que me resta y a la que me aferro como un náufrago al salvavidas desinflado, nada tenía por qué cambiar a excepción de que se desatara una pandemia mundial de coronavirus, claro, acompañada de una cuarentena...
Cuando el uso del barbijo fue obligatorio, sentí que el mundo de afuera se terminaba para mí.
De pronto pasé de ser una mujer medianamente segura de sí, con una discapacidad aceptada y asumida, a sentirme nada, aislada, perdida.
Una paria en un mundo que dejó de comunicarse conmigo.
Antes de la Era del Barbijo, yo iba cazando palabras.
Ahora la calle, en cambio, es parte de una película distópica de bajo costo y sin sonido.
Voy a sobrevivir, espero".
"...como hay gente en la panadería espero pero la empleada embarbijada me mira mal, me dice algo que no entiendo y como no reacciono hace un gesto de que me aleje, como a un perro.
Cuando llega mi turno le digo que soy hipoacúsica, que leo los labios.
Entonces sucede lo que va a suceder todo el tiempo: me habla más fuerte, con el barbijo puesto. Debe pensar: no escucha, grito. Lógica pura.
Cada vez voy siendo menos persona pero aguanto y pido el pan. La empleada apela a señas primitivas, señala, me muestra el precio con los dedos.
Ella no habla lengua de señas, por supuesto. Yo tampoco.
Con el pan cruzo a la farmacia, me pongo en una cola, hay dos.
Otra empleada sale a hablar con cada cliente.
Cuando llega a mí repito las mismas palabras de antes: soy hipoacúsica, leo los labios.
Ella se queda un instante inmóvil, mira hacia los costados, como buscando auxilio. Vuelve a mirarme y pasa al siguiente de la lista.
Y yo me quedo estúpidamente en el mismo lugar, sin saber si es la cola que corresponde, porque nadie sabe qué hacer conmigo.
Quedé al costado de la comunicación humana, la observo, sé que está ahí, pero ya no es para mí, por lo menos mientras dure esto.
En un sanatorio, la Era del Barbijo llega al clímax del absurdo.
El médico dice que, por protocolo, no puede sacarse el suyo. Yo me encojo de hombros. Muy bien, me quedaré sentada frente a él y no nos diremos nada.
Luego lo piensa mejor, se quita el barbijo y se coloca una máscara transparente.
Un primer paso para el médico, un gran salto para mi dignidad.
Con el tiempo, de todos modos, me acostumbro a hablar nada y a esperar menos.
Ya me tocó que se dirijan a mis hijos cuando quieren hablarme a mí.
Ya me dijeron que si tengo una discapacidad, o sea una condición, no una enfermedad, me tengo que quedar en mi casa y no salir nunca.
Ya me repitieron muchas veces lo mismo, supongo, con el barbijo bien puesto.
Soy cada vez más yo sola y el mundo es cada vez más algo que está muy lejos.
Apelo a otras ayudas, pero las aplicaciones para celulares que pasan voz a texto traducen cualquier cosa y nunca a tiempo.
Y en algún local hasta llego a pedir que me escriban, tal vez debería salir a la calle con una pizarra colgada del cuello y un cencerro.
Uso un barbijo transparente para mostrar a los otros que existe esa opción, que permite leer los labios.
En la calle y los comercios, de todos modos, no me crucé con nadie que también los use.
Por lo que sigo concientizando, espero, aunque sin mucho éxito.
Las personas sordas e hipoacúsicas somos invisibles, nuestro déficit no se veía antes, menos se va a ver ahora, que todos están preocupados por otra cosa.
Y así nos sentimos, invisibles, aislados, tontos.
Nos queda depender de otro o pelear por la independencia como sea.
Yo elijo la segunda opción, siempre.
Y educar al nuevo humano con barbijo.
Porque los tapabocas van a quedarse por largo tiempo y porque no puedo pelear contra eso...soy una extranjera en mi propia lengua".