04/05/2018
Hay un momento en el que los disfraces empiezan a dejar de funcionar; pero las personas que te rodean, siempre te conocieron con tu máscara: no conocen más de ti que lo que tú les permitiste ver.
Entonces, cuando empiezas a mostrar tu verdadero rostro, primero tímidamente, tus impulsos reales, aquellos que durante mucho tiempo guardaste en el cajón, vas a producir fuegos artificiales entre los "más queridos". Algunos preferirán la compañía que eres ahora, otros dejarán de aparecer; y algunos muy cercanos, seguirán aferrados con fuerza a la imagen que conocieron de ti, la que tú les mostraste, porque ellos aman esa máscara, y querrán que vuelva: era cómodo para ellos saber cómo ibas a responder, y tus actuaciones eran el alimento de las suyas, su sostén. Pero sin disfraz, serás impredecible, y eso distorsiona la "estabilidad de las estructuras". Lo esperarán en la misma medida en la que tú les ofrezcas la esperanza de volver a actuar, una vez más, para ellos; en la misma medida en la que tus dudas sobre lo que realmente eres estén presentes. Intentarán devolverte a tus disfraces con los trucos de ese teatro, con las "debilidades" del personaje, con lo que, según la sociedad "debes" y "no debes" hacer. Pero lo que sientes es que ya no hay más "debería"; algo más fuerte que "tú" te exime de las ataduras del pasado.Y a medida que esas dudas van desapareciendo, ya no hay elección: no podrás ser nada que no seas en esencia. Y es en esa libertad, desnuda y presente, donde las relaciones se van convirtiendo en algo real. Allí se decantan, por su verdadera naturaleza, hacia el flujo armónico del cosmos. Allí, si los ríos vuelven a unirse, será con agua fresca y renovada. No muchas personas están dispuestas a convivir con lo impredecible, con la libertad en toda su expresión. Aquellos que se relacionen contigo en esos términos, te mostrarán la inmensa belleza de la naturalidad en la relación: la verdadera relación. Todo lo anterior fue simplemente un teatro de máscaras.