15/06/2025
Perder a un padre es una de las ausencias más profundas que el corazón puede sentir. Es como si una parte del mundo se apagara y, con ella, un pedazo de nuestra esencia también se fuera. Un padre no es solo quien nos dio la vida, es quien con sus acciones nos enseñó a vivirla, quien nos cuidó en silencio, quien nos sostuvo en nuestros momentos más difíciles, y quien, aunque a veces no lo dijera con palabras, nos amó con todo su ser.
Cuando él ya no está, su ausencia se vuelve eterna. Se extraña su voz, sus consejos, su mirada serena, incluso sus silencios. Se extraña verlo llegar, escucharlo reír, sentir su presencia. Y aunque el tiempo pase, aunque aprendamos a continuar, el corazón siempre llevará ese vacío que nada ni nadie puede llenar. Papá siempre hará falta… en las decisiones importantes, en los momentos de alegría, en los días difíciles y también en los pequeños detalles cotidianos.
Pero su amor no se borra. Vive en cada gesto que nos enseñó, en cada valor que nos inculcó, en cada recuerdo que se mantiene vivo como un faro que guía. Porque su legado no termina con su partida; al contrario, comienza a florecer en nosotros. Vivimos con su ejemplo, con sus enseñanzas, con el orgullo de haber tenido un padre que dejó huella.
Por eso, aunque duela, aunque las lágrimas asomen en cada aniversario o en cada fecha especial, elegimos recordar con amor. Elegimos honrar su memoria siendo buenas personas, luchando por nuestros sueños como él lo haría, abrazando a quienes amamos con más fuerza.
Papá siempre hará falta… pero también siempre estará presente, en lo más profundo del alma, acompañándonos desde el cielo, guiando nuestros pasos con la luz de su amor eterno. En su memoria, vivimos con más fe, con más coraje y con un agradecimiento infinito por todo lo que fue y sigue siendo en nuestras vidas.