17/09/2025
La queja es un hábito silencioso, insidioso, que se desliza en la rutina casi sin que lo notemos.
Empieza con frases sueltas: “Siempre me pasa lo mismo”, “Nada me sale bien”, “Por qué a mí”.
Y sin darnos cuenta, se vuelve una forma de mirar el mundo.
La queja nos encierra en un lugar de víctima, donde todo lo que nos sucede es culpa de algo o de alguien más.
Nos quita poder.
Nos aleja de la responsabilidad, de la acción, del cambio.
Nos hace repetir historias, una y otra vez, como si estuviéramos atrapadas en una rueda que gira sobre sí misma.
Pero lo más profundo de la queja es que anestesia.
Nos mantiene en un estado de insatisfacción pasiva, donde no hacemos nada para salir de lo que supuestamente tanto nos duele.
Y mientras tanto, la vida pasa…
Los días se suceden
y nosotras seguimos repitiendo el mismo relato.
Cambiar este hábito no es negar lo que sentimos ni fingir felicidad.
Es aprender a ver lo que nos incomoda como una señal, no como un castigo.
Es salir del piloto automático de lamentarse y entrar en el presente:
¿Qué puedo hacer con esto? ¿Qué puedo aprender? ¿Qué necesito cambiar?
La queja es adictiva, pero también reversible.
Y el primer paso es observarte.
Escuchar tu diálogo interno.
Notar cuántas veces al día usás tu voz para reforzar una narrativa de carencia, dolor o frustración.
Cuando lo veas, no te castigues.
Solo hacé algo distinto.
Elegí otro camino.
Convertí la queja en conciencia.
Porque lo que repetís, creás.
Y si querés una vida distinta, necesitás empezar por lo que sale de tu boca…
y de tu mente.
Que tengas un hermoso día!
Andrea Weber
Chamana y sacesotisa