SANTOSHA: Un espacio en armonía

SANTOSHA: Un espacio en armonía ALINEA TU CUERPO,MENTE Y ESPIRITU: praticando HATHA -YOGA
SANA TUS DOLORES DEL ALMA, CUERPO recibiendo REIKI,y participa CONSTEL. FAMILIARES

10/11/2025
30/10/2025

Últimos talleres del año! Agenda abierta

28/10/2025

26/10/2025

La graduada que llegó descalza

Cuando salí de casa a las cuatro de la mañana, el cielo todavía estaba oscuro como boca de lobo. Mamá me había planchado el vestido blanco la noche anterior, el único que teníamos medio decente, y lo guardé doblado en una bolsa de plástico para que no se ensuciara en el camino. Mis pies ya conocían cada piedra, cada hueco del sendero de tierra que bajaba desde el cerro.

—¿Estás segura, mija? —me había preguntado mamá con los ojos brillantes—. Son muchos kilómetros.

—Segura, mamá. He caminado más para ir a clases todos estos años. Hoy no va a ser diferente.

Mentía. Hoy sí era diferente. Hoy me graduaba de la universidad.

Los zapatos se me habían roto hacía dos semanas. Las suelas se despegaron como bocas hambrientas, y por más que intenté pegarlas con lo que encontré, no resistieron. Pensé en pedirle prestados a mi hermana, pero ella los necesitaba para ir a trabajar. Pensé en no ir. Pero después de seis años caminando esos dieciocho kilómetros de ida y dieciocho de vuelta, tres veces por semana, después de estudiar con velas cuando se iba la luz, después de todo lo que mamá había sacrificado... no podía faltar.

El sol comenzó a salir cuando llevaba dos horas de camino. Sentía los pies ardiendo, cada piedrita se me clavaba como un recordatorio de todo lo que había costado llegar hasta aquí. Me crucé con don Eusebio, que iba con su b***o al pueblo.

—¿A dónde tan temprano, muchacha?

—A mi graduación, don Eusebio.

Se quedó callado un momento, mirándome los pies descalzos y llenos de polvo.

—Suba, yo la acerco un trecho.

—No, gracias. Quiero llegar por mi propio pie.

Sonrió. Creo que entendió.

Llegué al auditorio de la universidad cuando ya estaban entrando los últimos graduados. Me limpié los pies como pude con el pasto de afuera, me puse el vestido blanco en los baños y me peiné con los dedos. En el espejo vi a alguien que no reconocía del todo: una mujer con título universitario. La primera de mi familia. Escrito por Gisel Dominguez.

Cuando entré al auditorio, algunos compañeros me miraron los pies. Escuché murmullos. Sentí las mejillas calientes, pero mantuve la cabeza en alto. Había llegado. Eso era lo que importaba.

La ceremonia transcurrió entre discursos sobre el futuro, sobre las oportunidades, sobre el éxito. Palabras bonitas que sonaban distintas cuando tus pies descalzos tocaban el suelo frío. Cuando dijeron mi nombre, caminé hacia el estrado. Cada paso retumbaba en mi pecho. El rector me extendió el diploma con una sonrisa formal.

—Felicidades, señorita Ramírez.

—Gracias, señor rector.

Pero cuando fui a regresar a mi asiento, su voz me detuvo.

—Espere un momento, por favor.

Me giré, confundida. El rector se había agachado y se estaba quitando los zapatos. Zapatos de cuero brillante, de esos que cuestan más de lo que mamá gana en un mes.

—Señorita Ramírez —dijo frente a todos, con el micrófono todavía cerca—, cuando vi que había llegado descalza, me dijeron que usted caminó dieciocho kilómetros para estar aquí hoy. ¿Es cierto?

El auditorio quedó en completo silencio. Tragué saliva.

—Sí, señor. Pero los he caminado durante seis años para llegar a sus aulas. Hoy no fue diferente.

Se acercó a mí con los zapatos en las manos. Sus ojos, detrás de esos lentes de marco dorado, estaban húmedos.

—Estos zapatos han caminado por alfombras, por oficinas, por lugares cómodos —dijo en voz alta para que todos escucharan—. Pero nunca han caminado por el camino que usted recorrió. Estos zapatos no han ganado el derecho de pisar donde usted pisa. Por favor, acéptelos. No como un regalo, sino como un reconocimiento.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Quise decir algo, pero las palabras se me atascaron en la garganta.

—Usted nos enseña hoy lo que significa la palabra "esfuerzo" —continuó—. Nos enseña que la educación no es un privilegio que se compra, sino un derecho que se conquista. Nos enseña que el verdadero mérito no está en partir de arriba, sino en llegar desde abajo.

Tomé los zapatos con manos temblorosas. Eran pesados, elegantes, suaves. Tan diferentes a todo lo que había conocido.

—Gracias —susurré—. Pero si me permite, señor rector, no me los pondré ahora.

Me miró sorprendido.

—Quiero terminar este día como lo empecé. Con los pies que me trajeron hasta aquí. Estos zapatos me los pondré mañana, cuando empiece mi primer día de trabajo como profesora. Cuando empiece a abrir caminos para otros que vienen detrás de mí, descalzos, caminando desde lejos.

El auditorio explotó en aplausos. Algunos lloraban. El rector me abrazó, y sentí que algo cambiaba en ese momento. No solo para mí, sino para todos los que vendrían después.

Cuando salí de la universidad esa tarde, con mi diploma en una mano y los zapatos del rector en la otra, miré el largo camino de regreso a casa. Mis pies todavía estaban descalzos, todavía dolían, pero ahora caminaban diferente. Caminaban con propósito.

Porque había aprendido algo importante: no importa si empiezas descalza. Lo que importa es que sigas caminando.

Créditos a la escritora Gisel Dominguez vayan y sigan Su Página es De Mucha Bendición a Ella debemos está excelente Istoria

25/10/2025
19/10/2025

Hace catorce años, una elefanta de cinco meses llamada Loijuk fue encontrada sola y moribunda en las llanuras de Kenia, devastadas por la sequía. Rescatistas de Sheldrick Wildlife Trust la rescataron del polvo y le dieron una segunda oportunidad. Bajo su cuidado, la asustada cría se fortaleció, aprendió las costumbres de su especie y un día regresó a la naturaleza, libre, pero sin olvidar jamás a quienes la salvaron.

Este año, Loijuk regresó, no sola, sino con su cría recién nacida a su lado. Tranquila y confiada, condujo a su bebé hacia los mismos cuidadores que una vez la alimentaron con biberón, como si quisiera decirles: "Me salvaron, ahora les presento a mi hija".

Para los hombres y mujeres que la criaron, fue un milagro que completaba el círculo: la prueba de que la compasión, una vez demostrada, se transmite de generación en generación.

Dirección

Tres Arroyos
7500

Horario de Apertura

Lunes 09:00 - 21:00
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