25/07/2025
Una mujer que crece en un hogar donde su padre no tiene voz, donde no se le escucha ni se le respeta, carga heridas profundas.
Cuando el padre está ausente emocionalmente, ella aprende que la energía masculina es débil, insegura o poco confiable.
Si él no protege, no guía, no sostiene, ella no aprende a sentirse segura en presencia de lo masculino.
Así nace un caos silencioso en su interior.
Empieza a creer que debe cuidarse sola, protegerse sola, liderarse sola... porque el hombre nunca lo hizo.
Y al crecer, repite ese patrón. Se siente atraída por hombres emocionalmente ausentes, pasivos, indecisos.
Y sin querer, asume el rol del protector, del proveedor, del fuerte.
Se vuelve masculina para sobrevivir.
Pero eso no es fuerza... es una herida.
Al principio, parece empoderamiento. Con el tiempo, es agotamiento.
Porque en el fondo, su alma quiere descansar. Quiere confiar. Quiere soltar.
Pero no sabe cómo. No se siente segura para hacerlo.
Puede ser independiente, exitosa y fuerte...
pero por dentro, solo hay una niña cansada que desea que alguien la sostenga.
Que anhela confiar en un hombre que sepa cuidar, guiar, proteger.
Pero no cree que exista.
Y así, sus relaciones pierden equilibrio.
Ella se vuelve madre, jefa o cuidadora.
Él, un espectador pasivo.
Y ambos se sienten solos.
Su escudo masculino se convierte en su prisión.
No llora. No pide ayuda. No se entrega.
Porque teme que, si suelta, todo se derrumbe… como en su infancia.
Por eso es tan importante sanar la herida con el padre.
No para culpar, sino para soltar lo que ha cargado sola por tanto tiempo.
Sanar empieza cuando se permite decir:
“Estoy cansada de hacerlo todo sola.”
Cuando aprende a sentirse segura siendo vulnerable.
Cuando empieza a confiar, no solo en los hombres sanos, sino también en su propio equilibrio interno.
Solo entonces podrá atraer a un hombre firme, presente, protector.
Un hombre que no la apague, sino que honre su corazón.
Y finalmente… podrá respirar en paz, y volver a casa en su esencia femenina.