01/03/2022
2 UNIÓN E INOCENCIA
Lo que crees que te ocurre, no te ocurre a ti, simplemente está ocurriendo. La forma en que tú te sientes respecto a lo que ocurre está determinada por tus pensamientos en relación a ello. Si crees que ese acontecimiento o conducta en particular es negativo y está dirigido a ti personalmente, habrás activado el miedo o el pesar que guardas -sin elaborar- en tu inconsciente.
Esa activación, por lo general, te pasa desapercibida, con lo que reafirmas tu creencia en que ese dolor ha sido o fue provocado por la situación o la conducta de tal o cual persona, por el trato que se te dio o se te está dando, etc.
Sin un procesamiento e integración de tu contenido emocional, ese que está sepultado en tu inconsciente, la asociación errónea de causa y efecto se va imponiendo en tu experiencia cada vez que sucede algo que te desagrada.
Las experiencias que, en función de tus patrones de pensamiento, valoras como desagradables reaparecen de cuando en cuando y poco a poco comienzas a verte como una víctima de ellas. Es esa identificación mental con el papel de víctima la que, de alguna manera, te empuja a reaccionar de forma automática -o inconsciente-. Estas reacciones automáticas no solo tienen lugar en relación a cómo te sientes, sino que también se reflejan en comportamientos reactivos negativos, los cuales también añaden dolor y malestar a tu experiencia.
Como hemos visto antes, esto es así hasta que los juicios sobre las emociones hacen su aparición en el ámbito del pensamiento, momento en el cual comenzamos a reprimir o a evitar muchas de ellas. Las sepultamos en el fondo de nuestro inconsciente o, para entenderlo mejor, las rechazamos forzándonos de ese modo a olvidarnos de ellas.
A esta desconexión entre nuestra mente y nuestras emociones también la llamamos inconsciencia.
Lo diré de otra manera: las emociones que manifestabas naturalmente en tu niñez ahora no son atendidas ni reconocidas por tu conciencia; todo lo contrario: es precisamente desde el ámbito mental, racional, desde donde las niegas y las reprimes. Te resistes a sentir porque has desarrollado algún grado de temor a tus emociones las cuales, sin excepción, son naturales y humanas.
A liberarse de ese miedo a sentir, derivado de nuestro pasado infantil no integrado, también le llamamos madurar emocionalmente o ganar inteligencia emocional. Sin ser imprescindible, para lograr este objetivo, algunos casos requieren el acompañamiento terapéutico de un profesional.