26/09/2025
Los desiertos pueden ser barrocos. Borges llama la atención sobre una vasta geografía (imaginamos un desierto, ya que en cierta historia que divulgó desde el púlpito el rector Allaby —“hombre de curiosa lectura”— se compara un laberinto “perplejo y sutil” con un desierto “donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso”) ocupada por series de seres fantásticos, aquellos que alguna enciclopedia china (“Emporio celestial de conocimientos benévolos”) divide en: “(a) Pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j), innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.” Foucault comentó este caos ordenado y la utilizó para exponer, en la mesa de disección, objetos tan disímiles que aturden el entendimiento: una máquina de coser y un paraguas, conjunto heteróclito en la lucidez de su etimología: “las cosas que están «acostadas», «puestas», «dispuestas» en sitios a tal punto diferentes que es imposible encontrarles un lugar de acogimiento, definir más allá de unas y de otras un lugar común”, a partir de la cual se definen las utopías y las heterotopías, siendo estas últimas las que socaban secretamente el suelo del lenguaje hasta agujerearlo, “detienen las palabras en sí mismas, desafían, desde su raíz, toda posibilidad de gramática, desatan los mitos y envuelven en esterilidad el lirismo de las frases.” (Foucault, Ibídem.). Los desiertos son heterotopías. Lo barroco es la heterotopía en acto.
En la obra de Murakami, la proliferación de significantes es tan grande, que hay que circunscribirlos.