
21/09/2025
En el siglo XIX, dos mentes francesas cambiaron la historia de la medicina. Louis Pasteur, carismático y apoyado por Napoleón III, sostenía que los microbios eran invasores letales: había que eliminarlos para acabar con las enfermedades. Antoine Béchamp, junto a Claude Bernard, pensaba lo contrario: los microbios son oportunistas que solo enferman cuando el “terreno” interno está debilitado. Para él, la clave era fortalecer el cuerpo, no matar al germen.
La sociedad se inclinó por Pasteur y nació la era de la germofobia: antibióticos, vacunas, esterilización. Durante más de un siglo el lema fue “matar al microbio”. Pero los descubrimientos recientes del microbioma humano dieron un giro inesperado. Hoy sabemos que la mitad de nuestras células no son humanas y que estos microorganismos entrenan nuestras defensas, producen nutrientes y protegen nuestro cerebro.
Cuando este ecosistema se desequilibra –lo que se llama disbiosis– la barrera intestinal se vuelve permeable. Partículas y toxinas pasan a la sangre, el sistema inmunitario se descontrola y aparece inflamación que afecta al cerebro, favoreciendo ansiedad, depresión o Alzheimer. Experimentos en animales muestran que dietas equilibradas pueden cerrar esas fugas y revertir el daño.
Dos siglos después, la ciencia parece darle la razón a ambos. Pasteur identificó patógenos peligrosos, pero Béchamp anticipó lo esencial: “el microbio no es nada, el terreno lo es todo”. Nuestra salud depende menos de matar gérmenes y más de cultivar un microbioma diverso y en equilibrio.
Libro: La Paradoja Intestino-Cerebro
De: Dr Steven Gundry