13/02/2025
Cuando noté que mi mamá repetía las mismas preguntas, buscaba su maquillaje en lugares imposibles y olvidaba hasta dónde había dejado las llaves, sentí un dolor en el pecho. Al principio pensé que eran simples distracciones, pero la realidad golpeó cuando descubrí que no recordaba ni mi propio nombre. Fue entonces cuando un médico me dijo: ‘A la persona con demencia no se le discute, se le acompaña’, y comprendí que mis enojos provenían de un lugar egoísta, porque no entendía que mi madre también estaba luchando contra su propia confusión.
Lidiar con el Alzheimer me enseñó a ser paciente y a que, a pesar de la desesperación, cada instante podía transformarse en un recuerdo valioso. Decidí cantarle ‘Cielito Lindo’ y contarle los chistes que tanto le gustaban, abrazar sus minutos de lucidez e inundarlos de sonrisas. Sí, verla pasar de una mujer llena de lucidez a alguien que apenas podía reconocerme fue desgarrador, pero la rodeé con un amor incondicional que calmara un poco ese olvido cruel. Esa experiencia no solo me hizo reflexionar sobre la fragilidad de la memoria, sino que me llevó a replantearme mi propia identidad: había vivido tantos años para cuidarla, que al despedirla, me pregunté quién era yo sin esa misión. Ahora, cada vez que sueño con ella, sentada en un sofá y preguntando a qué hora empieza la película, recuerdo que me sigue acompañando, incluso en su ausencia.
Marco Antonio Regil sobre su mamá
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