31/05/2025
Y en las paradojas, si esto llega a ti, es por el algoritmo.
La era del simulacro
Por Javier F. Ferrero
“Recuerdo perfectamente la escena. Era 1999. Matrix. Thomas Anderson —Neo— abre un libro hueco, esconde un disquete dentro y se lo pasa a un tipo nervioso que llama a su puerta. Pero lo importante no es el disquete, ni el intercambio. Lo importante es el libro.
Se titula Simulacra and Simulation, de Jean Baudrillard. Un tratado filosófico espeso, posmoderno, que los hermanos Wachowski colocaron a propósito para quienes quisieran entender más allá del kung-fu digital. Uno de esos libros que se cita más de lo que se lee, pero que —si lo abres— te señala con el dedo.
El libro aparece como caja, como escondite. Dentro no hay páginas, hay mercancía. Dentro no hay pensamiento, hay datos. La filosofía ha sido vaciada y convertida en contenedor. La verdad, reemplazada por una interfaz.
Fue solo un plano de dos segundos. Pero ahí estaba todo. El simulacro ya no es una teoría. Es un entorno de uso diario.
Años después leí el libro. No lo entendí del todo. Pero entendí lo esencial: vivimos en una época en la que las imágenes no reflejan la realidad, sino que la suplantan. Lo real ya no importa, porque ha sido sustituido por una copia más brillante, más rápida, más rentable. Y entonces caes: no estás viendo el mundo. Estás viendo una versión que alguien quiere que veas. Y te la crees. Porque es cómoda. Porque es viral. Porque es adictiva.
- LA ATENCIÓN COMO MONEDA EN LA DICTADURA DEL CLIC -
Pensar se ha convertido en una forma de resistencia. Si levantar la cabeza cuesta, es porque alguien se está forrando con tu mirada baja. Lo llaman inteligencia artificial, pero lo que más se parece a una IA es ese dedo que desliza sin pensar cada cuatro segundos.
Las redes sociales, lejos de ser foros de conocimiento, se han convertido en hipermercados de estímulos diseñados para maximizar la permanencia. El engagement no es participación, es dopamina. Y el algoritmo no quiere que comprendas. Quiere que te emociones. Que sigas. Que cliques. Que llores, rías, insultes, desees. Pero sobre todo, que nunca pienses.
Según el Center for Humane Technology, plataformas como TikTok, Instagram o YouTube Shorts están diseñadas con técnicas de refuerzo intermitente —idénticas a las de los casinos— para generar dependencia. Tu tiempo es su beneficio. Tu distracción, su moneda.
No somos usuarias ni usuarios. Somos materia prima. Carne de scroll. Y lo más perverso: creemos que somos libres porque elegimos entre cien versiones de la misma mentira.
- EMOCIONES ENVENENADAS, POLÍTICA VACIADA, VERDADES EN RUINA -
La lógica algorítmica no es objetiva. Es darwinismo de la atención. Sobrevive lo que escandaliza. Lo que indigna. Lo que polariza. No porque sea cierto, sino porque mueve dedos.
Un estudio de Science demostró que las fake news tienen un 70% más de probabilidades de compartirse que las noticias verdaderas. No es un error de las personas. Es el diseño de la máquina. No triunfa lo mejor informado, sino lo que más cabrea.
Por eso funcionan los agitadores ultras. Por eso un chiringuito de coaching machista tiene más audiencia que una clase de filosofía. Por eso el algoritmo prefiere a una tiktoker reaccionaria hablando de “feminidad pura” que a una sindicalista hablando de salarios. Porque lo primero grita, lo segundo explica. Y explicar aburre.
El algoritmo no es fascista, pero adorna el fascismo. Lo perfila. Lo amplifica. Lo distribuye.
Y mientras tanto, miles de adolescentes se politizan a base de podcasts de cuñaos, clips de gurús virales y contenido que ya no distingue entre opinión y producto. El pensamiento crítico ha sido reemplazado por el ratio de interacción.
- HACKEAR EL TIEMPO, MATAR EL SCROLL, DEFENDER LA CALMA -
No hay salida fácil. Pero hay líneas de fuga. Pensar con otras. Leer sin mirar likes. Conversar sin pantallas. Militar fuera del algoritmo.
No se trata de desaparecer. Se trata de resistir. Hackear la arquitectura emocional con narrativas que no caben en 30 segundos. Defender espacios donde el silencio no sea un fracaso, sino una forma de escuchar. Donde la pausa no se penalice. Donde el tiempo no se cronometre.
Porque si dejamos que el algoritmo nos dicte lo que sentimos, acabaremos llamando libertad a lo que no duele. Y verdad a lo que más se comparte.
La próxima vez que abras TikTok y no puedas parar, recuerda: no te quieren libre. Te quieren disponible.”