04/12/2025
Miré mi cérvix por primera vez.
Lo vi vivo, flexible, pre-ovulatorio, respondiendo a un ritmo interno que yo apenas conocía. Y fue extraño sentir emoción por “un órgano”, pero ahí estaba: una geografía viva que cambia, se mueve, se abre y se cierra según un ciclo que es mío, por primera vez tuve el privilegio de mirar a mis adentros guiada por una profesional cautelosa y cercana.
Tuve un parto violento. No estuve acompañada por ningún equipo de Carolina, quien hoy me cuida; llegué a ellas después, asustada y en silencio. La primera vez que conté mi historia de parto, la matrona Marcela Maldonado me abrazó. Un gesto genuino —tan simple y tan raro en un sistema que nos acostumbra a la anestesia emocional— fue el primer gesto empático y desprejuiciado real que recibí.
He pasado por terapias, regreso al trabajo, el destete y un sin fin de acciones en una lenta reconstrucción del cuerpo que eligió gestar y parir. Y hoy, observar mi cérvix no es un detalle clínico: es recuperar información que me fue negada, es reclamar derecho sobre un territorio que siempre he defendido.
Porque las mujeres tenemos derecho a comprender cómo funcionamos, a recibir educación sexual basada en conocimiento y no en miedo, a ser cuidadas sin violencia, y sobre todo, tenemos derecho a enamorarnos de nosotras mismas.
Mi cérvix no es solo una estructura anatómica ; es el umbral donde se leen los ritmos de mi ciclo, la memoria de lo que sobreviví, y la posibilidad de elegir, otra vez sobre mi soberanía.
Mirarlo —y mirarme— es un acto profundamente político: dejar de ser objeto intervenido para ser sujeto que se conoce, se cuida y se desea.
Reflexión anónima de usuaria de .
Conoció por primera vez su cérvix durante su control ginecológico anual, junto a su matrona Carolina González.