31/05/2025
¿Te ha pasado que sientes que te estás perdiendo de algo importante?
Estás revisando redes sin mucho interés, y de pronto te encuentras con la vida de otros: viajes, celebraciones, logros, panoramas. Todo parece pasar afuera, lejos de donde estás tú. Y sin darte cuenta, algo se empieza a mover por dentro: una inquietud, un apuro, una sensación de estar llegando tarde o de estar quedándote fuera.
En la modernidad, eso tiene un nombre: FOMO. Viene del inglés Fear of Missing Out, que significa “miedo a perderse de algo”. Y aunque suene como algo de moda, en realidad tiene raíces más profundas.
Muchas veces, lo que nos incomoda no es solo lo que vemos en la pantalla, sino lo que eso despierta internamente. Hay momentos en los que se activa esa parte nuestra que teme no pertenecer, que recuerda (aunque no lo tengamos tan presente) lo que dolía quedar por fuera de algo, no ser elegidos o no sentirnos parte.
También puede aparecer el deseo de estar en todos lados, de no perdernos nada. Como si vivir fuera tenerlo todo al mismo tiempo, como si estar presentes en una sola cosa no bastara, pero sabemos, en el fondo, que eso no es posible. Y esa brecha entre la fantasía y la realidad muchas veces duele.
El FOMO se vuelve entonces una especie de espejo, nos muestra cuánto anhelamos sentirnos incluidos, tener una vida significativa, estar conectados con otros. No es algo superficial y de hecho, a veces puede decir más sobre nuestras necesidades emocionales que sobre lo que vemos en redes.
No se trata de “alejarse del celular” y ya, puesto que si prestamos atención, nos ayuda a detenernos y preguntarnos qué está tocando eso que vimos, qué historia interna se despierta con lo que sentimos. Porque muchas veces no estamos reaccionando solo al presente, sino también a vivencias pasadas que siguen teniendo fuerza.
Y si sentimos que eso nos pasa muy seguido, o que cuesta manejarlo, hablar de eso también es una forma de cuidarse. A veces basta con ponerlo en palabras y a veces, es bueno hacerlo acompañados.