27/07/2025
Hoy fuimos a sacar el pasaporte de Elías.
La cita era a la 1:00 p.m., pero nos atendieron hasta las 2:20. Más de una hora de espera.
Durante todo ese tiempo, Elías hizo un esfuerzo inmenso.
Esperó con paciencia.
Se tomó fotos.
Observó a personas entrar y salir.
Intentó regularse, guardar la calma.
Pero los últimos 10 minutos… fueron demasiado.
Entró en crisis.
Lloraba, quería irse.
Y ahí fue cuando sentí las miradas.
Las críticas silenciosas.
Los juicios que duelen más que las palabras.
Dos mujeres me miraron y se burlaron.
Murmuraban cosas como:
“Pero ya está grande…”
“No se supone que a esa edad ya no hagan berrinches…”
No. No son berrinches.
Mi hijo no está malcriado.
Él vive con autismo severo.
Y aunque no lo entiendan, él lucha todos los días con un mundo que no siempre está hecho para él.
La espera, el ruido, los estímulos, las luces, los movimientos… todo eso es abrumador.
Y aun así, él lo intenta.
Él es valiente.
Pero duele.
Duele que la ignorancia todavía juzgue, señale y se burle.
Duele que muchos no puedan ver el esfuerzo invisible que hay detrás de un niño autista que parece estar “portándose mal”.
Hoy Elías me enseñó otra vez que cada pequeño logro —como esperar su turno o tomarse una foto oficial— es una gran victoria.
Y aunque el mundo no lo entienda, yo sí.
Y por eso estoy orgullosa de él.