30/06/2024
Extracto de mi libro El Fin de la auto-estima:
EL MITO DE LA AUTO-SUPERACIÓIN Y CÓMO EL AUTO-RECHAZO SE ESCONDE TRAS LAS BUENAS INTENCIONES DE CRECIMIENTO PERSONAL
Todos hemos escuchado hasta el cansancio la idea del mejorarse a sí mismo, de superar los propios obstáculos, de vencer nuestros defectos y desarrollar nuestras virtudes. Nadie puede discutir que estas son buenas ideas y que la intención de quien las pregona es que la gente sea “mejor persona” y pueda ser más feliz. El problema es que nuevamente nos encontramos con el fenómeno de un vino viejo puesto en una botella nueva. Pero hecho de forma tan inconsciente o magníficamente disfrazado que nadie parece percatarse de las implicancias de esta visión.
Al utilizar la palabra superación, implícitamente estoy afirmando que aquello que es, de alguna manera, no es suficiente. De otra manera, esto no necesitaría mejora. Tal cual es, está bien. Cuando la gente habla de superar sus temores o superar sus defectos, o superar sus problemas, de lo que habla es de una sensación interna de que tener todos estos fenómenos es inadecuado o negativo. Y por lo tanto, todo esto necesita ser dejado atrás en pos del desarrollo personal.
El asunto es que todos estos “problemas” son parte intrínseca de la experiencia humana, no defectos a superar. De hecho, lo que llamamos defectos son dimensiones de nuestra personalidad que hemos rechazado, que se encuentran separados de la idea de quienes somos. La noción de defecto, además, siempre está cultural y relacionalmente construida. Esta no es una categoría lingüística que exista de la misma manera en todas las culturas y en todas las épocas. Lo que era considerado un defecto en la India medieval es absolutamente distinto a lo que se considera como defecto en Dinamarca en el siglo 21.
Recuerdo haberme encontrado con monjes de la religión Jaina en la India. El origen de esta religión se remonta a los tiempos de Mahavira, su fundador, hacia el año 500 antes de cristo. Dentro de los mitos de esta religión se encuentra la idea de que Mahavira era tan, tan puro que su cuerpo no transpiraba. Como resultado de este mito e ideal, los monjes Jainas se sienten inadecuados, defectuosos y no lo suficientemente puros como su gran maestro, pues tienen la tendencia a transpirar. Estoy seguro que para la mayoría de los lectores esta es una idea absurda y probablemente risible. Sobre todo considerando de que es absolutamente imposible no transpirar en partes de la India, donde en la época de calor las temperaturas se empinan por sobre los 35 grados a la sombra. Sin embargo para los Jainas, esto es un defecto a superar con meditación y prácticas ascéticas.
Permítanme repetir la idea de que lo que llamamos defectos, son aspectos de nosotros mismos que no hemos integrado, acogido o abrazado, porque probablemente no calzaban con los ideales de las personas que nos rodeaban mientras estábamos creciendo.
Por lo tanto, la auto-superación es una bonita idea, pero que en el fondo asume la noción culturalmente construida de que los seres humanos no están bien tal cual como son y necesitan “trabajarse” para ser dignos de ser considerados adecuados o queribles.
Esto no significa que las personas no puedan desarrollar su potencial, o crecer en nuevas dimensiones. Pero esto no va a ocurrir simplemente porque yo decida no aceptarme y emprenda en la dirección de los ideales que pueda tener. No, muy por el contrario, como Carl Rogers, el afamado psicólogo estadounidense, solía decir: cuando una persona se acepta incondicionalmente, la energía que estaba atrapada en su lucha en contra de sí mismo queda disponible para que la vida siga su curso natural. El cual es inevitablemente, el desarrollo y actualización de su potencial dormido.
La idea de superación es justamente lo que impide que un individuo se acepte y quiera tal cual es. Y aquí lo que se requiere es abrazar la realidad del ser de cada uno. Esta es la puerta para dejar atrás todos los famosos “deberías”, los cuales sin importar que traje vistan, siempre presumen que la realidad no es suficientemente buena como el ideal del “deber ser”