21/11/2025
Prolongaciones delgadas de nuestra piel, apenas perceptibles individualmente, pero que en masa delinean nuestro rostro y lo caracterizan, marcan zonas resguardadas de nuestra anatomía y entregan claves respecto a nuestra edad, género, identidad. Su exceso nos acerca al mono que supuestamente fuimos, su ausencia nos vuelve muñecas de plástico liso. No nos duele si nos lo cortan, y dicen que sigue creciendo tras la muerte. No parece vivo, pero crece, y su carácter flotante se presta a agresiones y gestos de afecto, invita a agarrarlo, tirarlo, acariciarlo, peinarlo o despeinarlo…ondula al viento, cae lacio con la lluvia, cubre nuestro cráneo y lo protege.
Nos salvamos por un pelo o no tenemos ni un pelo de tontos, la virilidad se asocia con el pelo en pecho y la inmadurez con ser imberbes. Que aparezca un pelo en la sopa la arruina, pero ser franco es hablar sin pelos en la lengua. Las canas son sinónimo de sabiduría, pero también del cansancio del cuerpo, de la decoloración que nos va volviendo grises con el tiempo. La calvicie, nos aclaraba enfáticamente en el colegio un profesor de historia que la padecía, proviene del exceso de testosterona, y por tanto es síntoma de un exceso de masculinidad y no su opuesto. Ahora que he ido perdiendo pelo en la parte superior de mi cabeza, hasta el punto en que la zona descubierta se vuelve cada vez más notoria, no he notado en mí ningún exceso de virilidad. El pelo se cae y punto. En mi caso, con la particularidad de que se cae en la coronilla, en una zona que cuando me miro al espejo de frente no se ve, pero aparece en los ascensores y las fotos en que inclino la cabeza o tomadas desde arriba.
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Fernando Pérez Villalón en