22/05/2025
Jesús lava los pies a sus discípulos
“Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.” — Juan 13:6-7
Cuando Jesús se ciñó la toalla y comenzó a lavar los pies de sus discípulos, estaba haciendo algo radicalmente contracultural. En los tiempos de Jesús, lavar los pies era una tarea reservada para los esclavos, los siervos de más bajo rango en una casa. Los caminos polvorientos de Judea, recorridos con sandalias abiertas, dejaban los pies sucios y fatigados. Era una labor humillante, símbolo de sumisión total.
Pero el Rey de Reyes, el Creador del universo, el Mesías esperado… se inclinó. ¡Se inclinó! No como quien ha perdido su dignidad, sino como quien la ofrece. Jesús, al lavar los pies, no se rebajó: Él elevó la dignidad del servicio, redimió lo que los hombres consideraban bajo, e hizo de ese acto una enseñanza eterna: "Si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros" (Juan 13:14).
¿Qué quiso mostrar Jesús con este gesto?
Quiso mostrarnos el corazón del evangelio: la grandeza se manifiesta en el servicio, y la autoridad verdadera se expresa en la humildad. En una cultura donde se pelea por el poder, Jesús enseñó que en el Reino de Dios, los más grandes son los que se hacen siervos de todos (Marcos 10:43-45).
Hoy vivimos en un mundo donde los hombres y mujeres buscan validación a través de títulos, redes sociales, logros o riquezas. Pero Dios dignifica al hombre de otra manera: por medio de la cruz y el servicio. Él toma lo vil del mundo y lo transforma en instrumento de honra (2 Corintios 4:7). La dignidad que Dios ofrece no depende de lo que otros dicen de ti, sino de lo que Cristo hizo por ti. Cuando Jesús se arrodilló, lo hizo para mostrarnos que el valor de una persona no está en cuánto es servido, sino en cuánto está dispuesto a amar.
Jesús lavó los pies de hombres imperfectos, uno de los cuales lo traicionaría, otro lo negaría, y todos lo abandonarían. Y aún así, los amó hasta el fin (Juan 13:1). Ese mismo Jesús hoy quiere lavar tu vida, tu corazón, tu pasado. No importa cuán sucio estés, Él se acerca con la toalla de la gracia, no para juzgarte, sino para limpiarte. Y lo hizo no solo con agua, sino con su sangre en la cruz. Él te dignifica, te restaura, te transforma.
¿Lo dejarás acercarse a ti?
Pedro al principio se resistió, pero luego dijo: “Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza” (Juan 13:9). Hoy, Dios quiere tocarte por completo. Que esta escena no sea solo una historia del pasado, sino un llamado presente a dejar que Jesús te lave, te transforme y luego te envíe a lavar los pies del mundo: con el evangelio, con humildad, con amor.
La humildad de Cristo es la gloria del Evangelio. Su servicio es nuestra salvación. Él se inclinó para levantarte. Hoy es el tiempo de dejarse lavar y empezar a servir con el corazón de Cristo.
¿Quieres aceptar a ese Jesús que dignifica tu vida desde el servicio y la cruz? Hoy es el día.