23/06/2021
Desde un punto de vista psíquico, es bueno hacer un alto en el camino, crearse un lugar donde descansar y recuperarse tras haber escapado de una carestía alimenticia. No es demasiado tomarse uno o dos años para examinar las propias heridas, buscar una guía, aplicar medicinas y pensar en el futuro. Uno o dos años son muy poco tiempo. La fiera es una mujer que regresa. Está aprendiendo a despertar, a prestar atención, a dejar de ser ingenua y desinformada. Asume la responsabilidad de su propia vida. Para reaprender los profundos instintos femeninos reviste vital importancia comprender ante todo de qué manera éstos fueron decomisados.
Tanto si las lesiones se infligieron al arte, las palabras, los estilos de vida, los pensamientos o las ideas, y aunque la mujer se haya metido a sí misma en un enredo, conviene que se abra paso a través de la maraña y siga adelante. Más allá del deseo y del anhelo, más allá de los métodos cuidadosamente razonados acerca de los cuales nos gusta hablar y hacer proyectos, una simple puerta está esperando que la crucemos, Al otro lado están los nuevos pies. Crúzala. A rastras, en caso necesario. Deja de hablar y de obsesionarte. Limítate a hacerlo.
No podemos controlar quién nos trae a este mundo. No podemos
influir en la educación que nos han dado; no podemos obligar a la cultura a convertirse instantáneamente en hospitalaria. Pero la buena noticia es que, incluso tras haber sido heridas, incluso en nuestro estado de fieras e incluso cuando nos encontramos todavía en situación de cautividad, podemos recuperar nuestra vida.
El plan psicológico del alma para regresar al propio interior es el siguiente: tomar medidas especiales de precaución y perderse poco a poco en lo salvaje, creando estructuras éticas y protectoras que nos ayuden a conseguir las herramientas necesarias para medir en qué momento algo es excesivo. (Por regla general, la mujer ya es muy sensible al momento en que algo es demasiado poco.)
Por consiguiente, el regreso a la psique libre y salvaje tiene que llevarse a cabo con audacia pero también con reflexión. En psicoanálisis nos gusta subrayar que para convertirnos en sanadores/ayudantes es tan importante aprender lo que no hay que hacer como lo que hay que hacer.
El regreso a lo salvaje desde la cautividad tiene que hacerse con las mismas precauciones. Vamos a examinarlo con más detenimiento.
Los peligros, las trampas y los cebos envenenados que acechan a la mujer salvaje son los propios de su cultura. Aquí he enumerado los que son comunes a la mayoría de las culturas. Las mujeres pertenecientes a distintas etnias y religiones tendrán percepciones específicas adicionales.
Estamos trazando en sentido simbólico el mapa de los bosques en los que vivimos. Estamos señalando dónde habitan los depredadores y describiendo su modus operandi. Dicen que una loba conoce todas las criaturas de su territorio en varios kilómetros a la redonda. Este conocimiento le permite vivir con la máxima libertad posible.
La recuperación del instinto perdido y la curación del instinto lesionado está realmente al alcance de nuestra mano, pues éste regresa cuando una mujer presta atención, escuchando, contemplando y percibiendo el mundo que la rodea y actuando tal como ve actuar a las demás mujeres; con eficiencia, eficacia y sensibilidad. La ocasión de observar el comportamiento de las restantes mujeres que conservan los instintos intactos es esencial para recobrar el instinto. Al final, el hecho de prestar atención, observar y comportarse de una manera integral se convierte en una pauta con un ritmo determinado que se practica y se aprende hasta que vuelve a convertirse en automática.
Si nuestra naturaleza salvaje ha sido herida por algo o por alguien, nos negarnos a echarnos al suelo y morir. Nos negamos a normalizar esta herida. Recurrimos a nuestros instintos y hacemos lo que hay que hacer.
La mujer salvaje es por naturaleza vehemente y talentosa. Pero, como consecuencia de su alejamiento de los instintos, es también ingenua, está acostumbrada a la violencia y acepta sumisamente la expatriación y la exmatriación. Los amantes, las dr**as, la bebida, el dinero, la fama y el poder no pueden reparar demasiado el daño que ha sufrido. Pero sí puede hacerlo un gradual regreso a la vida instintiva. Para ello, una mujer necesita a una madre, una madre salvaje “suficientemente buena”. ¿Y a que no saben quién está esperando convertirse en esta madre? La Mujer Salvaje se pregunta por qué razón la mujer tarda tanto en estar con ella, no simplemente algunas veces o cuando le interesa sino de manera habitual.
Si te esfuerzas en hacer algo que merezca la pena, es importante que te rodees de personas que apoyen inequívocamente tu labor. El hecho de tener presuntas amigas que sufren las mismas heridas pero no experimentan el sincero deseo de curarse es una trampa y un veneno. Esta clase de amigas suele animar a las demás a comportarse de manera escandalosa fuera de sus ciclos naturales y sin la menor sincronía con las necesidades de sus almas.
Una mujer fiera no puede permitirse el lujo de ser ingenua. Durante su regreso a la vida innata tiene que contemplar los excesos con escepticismo y ser muy conciente del precio que éstos suponen para el alma, la psique y el instinto. Como los lobeznos, nosotras nos aprendemos de memoria las trampas, cómo están hechas y cómo están colocadas. De esta manera conservamos la libertad. De todos modos, los instintos perdidos no retroceden sin dejar rastros y ecos de sentimiento que nosotras podemos seguir para recuperarlos. Aunque una mujer se sienta oprimida por el puño de terciopelo de la corrección y la severidad, tanto si se encuentra a un paso de la destrucción a causa de los excesos como si acaba de sumergirse en ellos, aún puede oír los susurros del dios salvaje que lleva en la sangre. Incluso en las graves circunstancias que se describen en “Las zapatillas rojas”, los instintos heridos se pueden curar.
Para enderezar todas estas situaciones, resucitamos una y otra vez la naturaleza salvaje y cada vez el equilibrio se desplaza excesivamente en una o en otra dirección. Ya adivinaremos cuándo existen motivo, de preocupación, pues, por regla general, el equilibrio ensancha nuestras vidas mientras que el desequilibrio las empequeñece.
Una de las cosas más importantes que podemos hacer es entender la vida, cualquier manifestación de vida, como un cuerpo viviente en sí mismo, que respira, renueva sus células, cambia de piel y se desembaraza de los materiales de desecho. Sería una estupidez pensar que nuestros cuerpos no producen materiales de desecho más de una vez cada cinco años.
Sería necio creer que, por el hecho de haber comido hoy, mañana no estaremos hambrientos.
Y también sería estúpido creer que, una vez resuelta una cuestión, la habremos resuelto definitivamente, y, una vez aprendida una cosa, siempre seremos concientes de ella. No, la vida es un gran cuerpo que crece y disminuye en distintas zonas y a distintos ritmos. Cuando nos comportamos como el cuerpo, trabajando con vistas al nuevo desarrollo, abriéndonos paso entre la mi**da, respirando o descansando, estamos muy vivas y nos encontramos en el interior de los ciclos de la Mujer Salvaje. Si consiguiéramos comprender que nuestra tarea consiste en seguir realizando la tarea, nos sentiríamos mucho más orgullosas y estaríamos mucho más tranquilas.
Es posible que, a veces, para conservar la alegría tengamos que luchar por ella, renovar nuestras fuerzas y combatir a tope en la forma que consideremos más sagaz. Para preparar el asedio puede que tengamos que prescindir de las comodidades durante algún tiempo, Podemos pasarnos sin la mayoría de las cosas durante prolongados períodos de tiempo, podemos prescindir prácticamente de todo menos de nuestra alegría, de nuestras zapatillas hechas a mano.
El verdadero milagro de la individuación y la recuperación de la Mujer Salvaje consiste en que todas iniciamos el proceso sin estar todavía preparadas, sin haber cobrado la suficiente fuerza y sin saber lo suficiente; iniciamos un diálogo con los pensamientos y los sentimientos que nos cosquillean y retumban como truenos en nuestro interior. Contestamos sin haber aprendido el lenguaje y sin conocer todas las respuestas, sin saber exactamente con quién estamos hablando.
Pero, como la loba que enseña a sus crías a cazar y a cuidar de sí mismas, la Mujer Salvaje brota en nuestro interior y nosotras empezamos a hablar con su voz y asumimos su visión y sus valores. Ella nos enseña a enviar el mensaje de nuestro regreso a las que son como nosotras.
Conozco a varias escritoras que tienen grabada esta leyenda sobre
su escritorio. Una de ellas la lleva doblada dentro del zapato. Pertenece a un poema de Charles Simic y es la información más útil que se nos puede dar a todas: “El que no sabe aullar no encontrará su manada.” Si deseas recuperar a la Mujer Salvaje, no permitas que te capturen
Con los instintos bien aguzados para no perder el equilibrio, salta
donde quieras, aúlla a tu gusto, toma lo que haya, averigua todo lo que puedas, examínalo todo, contempla lo que puedas ver. Baila con zapatillas rojas pero cerciórate de que son las que tú has hecho a mano.
Te aseguro que te convertirás en una mujer rebosante de vitalidad.
-Mujeres que corren con lobos-
Clarissa Pínkola